Los universitarios
Guadalupe y los milagros
Héctor de León
Tarde de invierno este miércoles. Pasan unos minutos de las cinco. El sol compensaba el aire frío. Meditaba sobre las palabras expresadas por el Papa Francisco, con referencia a nuestro México. Me asombra la sencillez del hombre y lo informado que está sobre el país. No se le escapan ni siquiera los testimonios, ya fuera sobre el fútbol o el tequila. En un lugar especial de su corazón atesora la grandiosidad de la Virgen de Guadalupe, figura celestial de sencillez y de grandiosidad, al unir, en torno suyo, a este México atribulado y a los países que bajan desde aquí a toda lo que resta de América. Todos rinden pleitesía a la Patrona de México. El Papa, con su cordialidad marcada en un solo tono, hablaba abiertamente sobre “el México de la violencia, el México de la corrupción, el México del tráfico de drogas, el México de los carteles, no es el México que quiere la Virgen de Guadalupe. (Quiero) exhortarlos a la lucha de todos los días contra la corrupción, contra el tráfico, la guerra, la desunión, el crimen organizado, la trata de personas, que nos traiga un poco de paz”. Meditaba sobre el pedacito de guerra que decía el Papa que nos tocaba: todos los días violencia, muertos sin importar edades, crímenes a plena luz del día y en cualquier rincón del país. El México violento es la noticia de todos los días en cualquier medio. Nadie gana nada, ni siquiera esta guerra en que nos han metido presidentes convertidos en reyezuelos, bien secundados por monarcas menores de las entidades federativas; unos más y otros menos, pero con la responsabilidad ineludible que aceptaron de velar por los intereses de sus representados. Las dudas saltan en cada coyuntura de sucesos que se convierten en históricos: ¿Dónde está Dios? ¿Por qué nos desampara la Virgen de Guadalupe? Incertidumbre en las religiones. Los pensamientos, las ideas zozobran. La conciencia no tiene donde anclar. Las tempestades o riadas de desastres es por distintos flancos, por cualquier punto cardinal, lo peor es que se juntan las fuerzas de la naturaleza con los huracanes violentos de seres que no son humanos, que no entienden ni respetan nada, ni a Dios ni a la Virgen. Dentro de este remolino de pensamientos, pretendo relajarme con el ejercicio en un pequeño parque de la colonia Gremial, incomprensiblemente llamado a secas “El Solar”, habiendo tantas personas con quienes estamos en deuda y ya no están entre nosotros. Vino el suceso: a poca distancia un padre joven juega con sus dos pequeños hijos que les miro entre los cuatro y los cinco años. El padre corre con frenesí queriendo que un papalote alce el vuelo dentro del rectángulo de una cancha pequeña. Corre y corre hacia atrás, imprimiendo velocidad, sin percatarse que atrás, a unos cuantos metros están sus hijos. Con toda fuerza, de espaldas, derriba al más pequeño de sus hijos que se impacta con dureza contra el suelo. Su pequeña cabecita rebota en el pavimento, un segundo de llanto y pierde el conocimiento. La escena cala hasta el alma. El padre grita despavorido al borde del llanto supremo: “Sergio… Sergio”. Con el inmenso dolor le levanta entre sus brazos y corre, corre hacia la calle. Los presentes no acatamos ni cómo ayudar. El shock nos hace presa a todos. La escena me lleva hasta hace un año y medio atrás para acordarme del desvanecimiento súbito de Camila, la pequeña nieta. La angustia de entonces se convirtió en milagro en el Hospital Hidalgo, gracias a Dios y a la Virgen de Guadalupe. Ahora imploro a ellos por el milagro. Imploro la ayuda del Papa. Seguro estoy que el milagro se ha consumado. Los medios no traen, por fortuna, la mala noticia del suceso accidental. Vuelve la tranquilidad y la deuda es mayor por otro milagro. La fe no está perdida. Los mexicanos tenemos quienes nos amparen… (Facebook)
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