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Una charla con don Cuco Esparza Parte II

 “Si me va bien a mí, Le irá  bien a Usted”: LEA a Esparza Reyes


—Así quedamos. De ahí me fui con el presidente, era 
don Luis Echeverría; me anuncié, le di mi tarjeta al 
secretario privado, era un licenciado militar. Le digo: 
—“Vengo a ver al presidente y le suplico me ayude 
para lograr ese propósito”.


Por Matías Lozano Díaz de León


Parte II

—“¿Usted sabe lo que es un presidente? ¿Usted cree que el presidente está aquí para recibir al primero que llega?-—Bueno –le respondí-, no seré el primero, pero espero tener el privilegio de que me reciba. —“Mire,  mi amigo –me sugirió-, haga un escrito pidiéndole una audiencia y ya se le dirá  a usted para cuándo se la concede, donde se la concede y a qué hora se la concede, y a eso se va  usted a atener”. —Mire usted .respondí-; sería muy feo de mi parte decirle que el señor presidente y yo somos amigos y llevamos una amistad muy sólida, desinteresada, desde  hace muchos años”.

—La establecimos -relata el profesor Esparza Reyes- en condiciones mucho muy delicadas para los dos. Nos mandaron a la guerra, él era representante de la Secretaría de Educación Pública y yo era representante del sindicato, y nos enfrascamos en un lío, el más difícil que ha habido en las escuelas normales rurales. En esas escuelas estaban en huelga, querían la salida del director y 17 personas más de la planta de mando.

Para entonces, en la escuela estaba concentrado el secretario general de las 21 sociedades de alumnos de las 21 escuelas normales rurales que había en ese tiempo; estaba el comité ejecutivo de la FECSM -Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México-; estaba el comité ejecutivo de la CJM -Confederación de Jóvenes Mexicanos-, Y estaba en aquel tiempo algo más importante, algo más grave y de más peso político: la Federación de Estudiantes de Guadalajara,  al frente de la cual estaba Valente Zuno, que era cuñado del Oficial Mayor de la SEP, de Luis Echeverría, que iba en representación de la Secretaría.

Éramos  contrapartes, él me había llevado. Yo era dirigente nacional de los trabajadores de las normales rurales,  el me había llevado a resolver ese problema porque yo era amigo de los jóvenes. Entonces, a mí me tocaba ayudarle a él porque él era muy mal visto por el Secretario de Educación Pública y por el director general de Educación Normal, porque el secretario general del comité nacional del sindicato, Manuel Sánchez Vite, se empeñó en sacar a como diera lugar al Secretario de Educación Pública, que era el licenciado Cañiceros. Esa lucha fue muy fuerte, y no se logró el objetivo. Entonces, para que el sindicato no tuviera que tratar con el licenciado Cañiceros, pusieron al licenciando Echeverría como Oficial Mayor, y siendo una cuña, ¡claro que era muy incómodo para el Secretario y para el director general!

—Ese día que teníamos que salir para Guadalajara, me pasé todo el día en la escuela normar rural de Palmira. Morelos, y en la tarde que llegué a la  casa de asistencia donde yo vivía, me dice la dueña, una catalana: —“Por Dios, dónde se mete usted, lo han estado buscando todo el día y para mí, que no es para nada bueno. Eran dos viejos muy feos, dieron vuelta tres veces y la ultima me pidieron que abriera su cuarto y lo buscaron a usted hasta por debajo de la cama. Me pidieron entrada a mis habitaciones, buscaron en el ropero y se fueron muy molestos porque no lo encontraron, y dejaron esta tarjeta”. Y la tarjeta era nada menos que del licenciado Luis Echeverría, oficial  mayor de la SEP.

-Me acobardé mucho, porque pensé que era la judicial. —“Me van a golpear, me van a echar a la cárcel”, pensé. Pero cuando vi la tarjeta, luego luego le marqué el licenciado Echeverría. —“¿Dónde se ha metido –me dijo-;  lo he estado buscando todo el día; ya habló con don Manuel Sánchez? Hay un problema gravísimo, el Secretario me ha comisionado a mí y el sindicato lo comisiona a usted, así que nos vamos hoy en la tarde, ya tengo los boletos, nos vamos en ferrocarril, ahorita le estoy mandando un coche para que vayan por usted y por su equipaje, y nos vemos en la estación”.

—Ya en el  en el tren, yo en mi camarín, tocan la puerta, eran dos ayudantes del señor Echeverría, y me dicen que le haga el favor de ir a su gabinete; y tan pronto como abrió la puerta, los ayudantes se retiraron.  El licenciado Echeverría siempre me ha dicho “querido maestro Esparza”. Pienso que así  le dice a cien, pero yo me siento la divina garza cuando me lo dice a mí. Me dijo: —“Querido maestro Esparza: ¿cómo vamos a resolver el problema,?”. —“Como usted quiera –le respondí-; yo lo apoyo a usted a partir de este momento”. —“Pero, la solución implica la salida del director y 17 gentes”. —“No importa –le digo-, si es el sacrificio de uno, de dos o de todos que sea, pero a usted lo mandan a que fracase y yo no le voy a hacer el juego a la Secretaría, yo dejo la defensa de mis trabajadores en las manos de usted a partir de este momento. Sea para bien o para mal, yo lo apoyo a usted de principio a fin, suceda lo que suceda”.

-Nos pasamos ahí diez días y rompimos pláticas 7 veces, con las muchachas. Estuvimos a punto de que nos lincharan en dos ocasiones, pero a final de cuentas sucedió un asunto muy delicado desde el punto de vista moral, y eso fue lo que de alguna manera nos salvó. Tras la séptima rotura de pláticas estábamos sentados en un poyito, una banca de concreto que había en las haciendas, y la escuela estaba en una vieja hacienda; en el poyito era donde se sentaban todos los peones, esperando órdenes del patrón. Estábamos sentados ahí y más adelante estaba el sindicato, más allá estaban las autoridades del pueblo. Pero todos sentados ahí, porque ya llevábamos muchos días y aquello no se resolvía.

-En eso, vienen 6 personas, dos trabajadores de la escuela, dos jóvenes de la comunidad y dos alumnas de la escuela, y en la medida que se aproximaban a nosotros, nos inquietábamos más. Hasta que se para el licenciado Echeverría  y pregunta: —“¿Señores, que pasa?” —“Señor, con la novedad de que aquí encontramos a los jóvenes...”. —“Sí, sí, ya entendí”, interrumpió, ordenando que viniera la doctora, que vinieran las enfermeras. Como estaba en huelga la escuela, las camionetas ahí las teníamos enfrente. Ordenó que examinaran meticulosamente a las señoritas y que le informaran. —“Quiero la verdad –dijo-, un informe verídico, honesto”. Y aquello fue lo que nos salvó, porque de ahí nos fuimos a ver al gobernador, los dos, y sus ayudantes se fueron en un coche atrás de nosotros, pero después de atender algunas indicaciones. Les dijo: -“El maestro y yo nos vamos a Guadalajara, ustedes, quédense aquí, hablen por teléfono a Palacio de Gobierno, díganle al señor gobernador que nos urge hablar con él y pedirle instrucciones sobre un caso muy delicado”.

—Cuando llegamos a Palacio de Gobierno, ya nos estaban esperando en la puerta y nos condujeron al despacho del señor gobernador, y el oficial mayor, el licenciado Echeverría, dio informes pormenorizados. Yo complementé cualquier detallito, y derivado de todo esto, el señor gobernador y el licenciado Echeverría –y yo estuve de acuerdo-, pidieron instrucciones a México sobre lo que debía hacerse y se acordó la clausura de la escuela y el reparto de las alumnas en escuelas de su sexo.

El primer año se fue a Galeana, Nuevo León; el segundo, a Cañada Honda; el tercero a Flores Magón, Chihuahua; el primero profesional se fue a El Saucillo, Chihuahua. En fin: los seis grupos de la Normal se repartieron y el personal se quedó ahí, integrando una brigada cultural tipo con jurisdicción en toda la zona, así que yo las gané de todas, todas, porque no se movilizó a nadie y en cambio se clausuró la escuela. Se reubicó a todas las alumnas, pero acordamos con el señor presidente, con el señor gobernador  y con el Secretario de Educación, demoler las instalaciones, que era una hacienda vieja, incómoda, inadecuada para una Normal, y construir una Escuela Normal Piloto, de manera que salió ganando todo mundo: la comunidad, la juventud de la región, etc.


Después de unos días se convocó a los padres de familia y nos fuimos a esa reunión, se utilizó telégrafo,  teléfono, los presidentes municipales. Se utilizaron todos los conductos para que en unos cuantitos días se reunieran los padres de familia y las alumnas. ¡Y ahí fue el infierno! Hablaron los chamacos de todas las escuelas, hablaron los de la FEUG, los de la CJM, en fin, un infierno. Temíamos incluso que nos pudieran asesinar a los dos, porque aquello estaba calientísimo. Había armas, había de todo, y con todo y eso, el cuñado del señor licenciado introdujo un discurso ¡pero, incendiario, temerario!, y le digo al licenciado Echeverría, estábamos juntos: -“¿No va a contestarle?” —“No es conveniente, están muy exaltados”, me respondió. —“Yo sí le contesto”, le dije, y subí al estrado; cogí el micrófono y le contesté. El amenazó con iniciar una nueva revolución en caso de que se clausurara la escuela, se dijo que se pondrían en huelga todos los sindicatos de obreros del estado de Jalisco, y yo le dije que contra 6 mil estudiantes que él decía que subirían a las montañas, medio millón de maestros mexicanos seguirían trabajando afanosamente por preparar a los jóvenes, porque ellos, le dije,  tendrán la misión de corregirnos la plana y de hacer las cosas mejor de como las hacemos nosotros, para que el país resuelva los problemas que más angustia a las gentes más necesitadas. Y no pasó nada, y acabando la reunión nos fuimos a Guadalajara, el licenciado Echeverría y yo en un coche, y otras gentes iban atrás de nosotros. Saliendo de la población, que estaba circundada por un vallado, le dijo al chofer que se orillara. Lo hizo y el licenciado se bajó del carro. Los dos íbamos en el asiento trasero, abrió su puerta y salió sin decir nada. Yo abrí la mía y nos fuimos atrás, y me echó el brazo al hombre y me dijo: -“Querido maestro Esparza, si me va bien a mí, le irá bien a usted”, y subió otra vez al carro, y yo hice lo mismo. A partir de entonces, esa amistad quedó para toda la vida.

—El licenciado Echeverría –continúa el profesor Esparza Reyes- siempre me hablaba por teléfono, yo nunca dije, porque sería presumir, pero él me hablaba a la casa, para saludarme, para saludar a mi esposa. De tal manera que, cuando se vinieron los acontecimientos, pues la gente, mucha, que desconocía mi relación con él, no se explicaba que me hubiera venido aquello. Sin embargo, por razones de origen, por razones de mi formación, de familia, de maestro y de todo, cuando ya fue definitivo lo mío, me dije: —“En todas las circunstancias de la vida, tengo que seguir siendo como la gente me conoce, pobre, modesto, sencillo, y humilde”. Pero es muy difícil, mucho muy difícil ser congruente. Yo tuve manera de hacer lo que fui, pero luché contra mí, contra mi gente, pero salimos a la orilla. Yo utilicé una práctica, establecimos puertas abiertas de par en par, desde el primer día; segundo, hice evaluaciones y autocrítica cada mes, a puerta cerrada; hice evaluaciones públicas cada año, y una la presidió el licenciado Echeverría; otra, el licenciado López Portillo, y cuatro las presidieron secretarios de estado o miembros del gabinete alterno.

El auditorio eran unas 500 personas, puras cabezas de organizaciones, el estado mayor de sindicatos, la diputación, presidentes municipales, directores de las escuelas, secretarios de sindicatos, la prensa, ¡Todos los medios!. Pero nos fue de mucha utilidad, porque se manejaron cédulas anónimas, desde las evaluaciones mensuales hasta la anual.


—En las cédulas anónimas la gente ponía lo que le daba su regalada gana: las fallas del gobernador, las fallas del tesorero, de la policía, y de todos. Se leían en público y se destruían, y cada funcionario tomaba nota de las observaciones que se le hacían, y cuando se acaban todas las papeletas, en el orden en que estábamos, cada funcionario decía  lo que iba a hacer para corregir las fallas que se le señalaron, y de esa manera tuvimos a los maestros convertidos en mis asesores, en mis vigilantes, para que no me desviara, y a todo mundo lo autoricé para que dijera todo lo mal que andaba nuestro gobierno, y de esa manera teníamos el pulso y corregíamos de inmediato cualquier cosa.     

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