Héctor Montoya
Si tuviésemos una ciencia con el valor y
la fuerza de responsabilidad para ocuparse del hombre y no solamente de los
mecanismos de los fenómenos vitales;, si tuviésemos algo así como lo que
debiera ser una antropología, algo así como una psicología, serian conocidas
estas realidades de todo el mundo.
En estos días donde los mexicanos somos
tan burlescos que ni la misma muerte se nos escapa, me han permitido recordar y
hacer conciencia con cada mural, pintura y objeto de La Catrina y sus secuaces,
de ese penoso segundo lugar que Aguascalientes ocupa a nivel nacional en incidencia de suicidios.
Aunque el pan de muerto es agradable en
aroma y en tradiciones, no lo es en
recuerdos, pues en cada una de sus figuras que representan los huesos y al
centro el cráneo humano también me trae nostalgia por las 131 personas que decidieron
poner fin a su vida y matar en vida a sus seres más queridos
Aquí debe decirse que es erróneo llamar
suicidas solo a las personas que se asesinan realmente, a sí mismas. Entre
estas hay sin embargo, muchas que se hacen suicidas, en cierto modo, por
casualidad y de cuya esencia no forma parte el “suicidismo”. Entre los hombres
sin personalidad, sin sello marcado, sin fuerte destino, entre los hombres
adocenados y de rebaño, hay muchas de esas personas.
Los suicidas se nos ofrecen como los
atacados del sentimiento de la individualización, como aquellas almas para las cuales
ya no es el fin su vida, su propia perfección
y evolución, si no su disolución, pues ven la redención en la muerte, no en
lavida; están dispuestos a eliminarse y entregarse, a extinguirse y volver al
principio.
Para atacar este problema social, no es
suficiente con programas de concientización, ya que ello requiere de un amplio
estudio; sin duda valdría más, apostarle a la educación, pero también a la
formación sobre todo en aquellas ramas especializadas en el estudio del comportamiento
humano.
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