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Aníbal Salazar Méndez ¿"Qué te falta, carnal"?

¿Qué te falta, carnal?


Aníbal Salazar Méndez

anibal.salazar.mendez@gmail.com 

@termapolitano


-¡Te falta algo, carnal: qué? 
-El mesero lo miró, dudando.
¡Que me digas qué te falta, carnal! -insistió el cliente.
 Ramón, de apenas 18 años, lo miraba extrañado.
¡Que  contestes, te digo! -Insistió José María, mientras le señalaba su hamburguesa.
-A ver carnal, vete a la cocina, pregunta qué es lo que te falta traer y regresas ¡Córrele, "papá"... que se me enfría! -le ordenó, alzando la voz.
Ramón, que comenzó a ponerse nervioso por las miradas de la gente, dio media vuelta y se dirigió a la cocina, y regresó al cabo de cinco minutos con servilletas.
¡Servilletas ya tengo, carnal! Ni siquiera te fijas, niño. Volvió a levantar la voz.
Ramón permanecía en silencio. Llevaba tres semanas como mesero. Sabía que por una política corporativa impuesta desde la Ciudad de México, había cero tolerancia a las quejas hacia el personal, eso se lo dijeron en la capacitación. A la primera, perdería su trabajo, así que se abstuvo de responder descortésmente.
-Disculpe, caballero, no sé qué es lo que falta ¿Me podría ayudar por favor?
-De plano, estás bien atolondrado carnal; ve con tu jefe y pregúntale qué es lo que te falta en mi mesa, haz tu trabajo. A un lado suyo estaba Rebecca, su joven acompañante, que no pudo contener una fuerte carcajada.
-Señor, no puedo ir con el gerente, salió a comer.
De plano, que con ustedes no se da una, por eso está como está este país, chingá.
-A ver, mira y dime qué te falta. Tengo una hamburguesa, la señorita, su club sándwich. Ya trajiste la mostaza, mayonesa, los refrescos y un chingo de servilletas. Aquí están los chiles y hasta una carta de más ¿Ya supiste, hijo?
Creo que ya está todo, señor, respondió el joven.
¡La cátsup, carnal! ¡La cátsup! Empezó a reírse. Su acompañante comenzó a comer.
Ramón cerró los puños, se veía bastante molesto. Se dirigió a una isla de meseros, tomó una cátsup, la llevó a la mesa de su cliente. Se disculpó y continuó atendiendo a otras mesas.

El gerente llegó de comer, una cajera le informó que en la mesa de Ramón había habido un percance, así que mandó llamar al joven mesero para llamarle la atención.
Mira Ramón, tengo lista de espera para contratar gente, si te pones güey te vas y traemos a alguien. Por meseros no batallamos ¿Entiendes?
En silencio, el joven de reciente contratación siguió atendiendo sus servicios valorando la situación. No sólo tenía que lidiar con la empresa, que además de pagar el mínimo le cobraba el uniforme. También tenía que sonreír a todos los clientes por muy prepotentes que estos fueran, así venía en el manual que lo obligaron a casi memorizar.
Al cabo de cuarenta minutos, José María alzó la mano, Ramón volteó a verlo. El cliente moviendo la mano le gritó que le encargaba la cuenta.
-A ver si eso no se le olvida al güey, alcanzó a oír mientras iba a la caja por el ticket de su compra.
Fueron 250 pesos. El cliente sacó de la cartera dos billetes de 100 y uno de 50, lo puso sobre la mesa.
En ese momento todo pasó por la mente de Ramón, los reclamos de su papá para que consiguiera trabajo, el embarazo de su novia, incluso el carro que soñaba en comprar.
Mirando a los ojos a José María, le preguntó -¿Qué te falta carnal?
-¿Cómo que qué me falta, hijo? ¿Si sabes con quién estás hablando? Contestó el cliente.
-Estoy hablando contigo ¿Qué te falta, hijo? A ver, búscale bien. Te comiste tu hamburguesa y te traje tu cátsup, sacaste 250 pesos y te falta algo. A ver, pregúntale a tu novia qué te falta, carnal.
Una familia que presenció todo lo anterior no dejaba de reírse al ver la reacción del enfurecido mesero y del desconcertado empresario.
-A ver ¿Qué me falta, mocoso? -Preguntó
¡La propina, hijo; la propina!  
La compañera de José María empezó a reírse al ver su reacción, cuando fue interrumpida por José María. Préstame cincuenta, le dijo. La joven sacó de su bolsa dos billetes de veinte y dos de cinco pesos. Los puso sobre la mesa. A ver si no te corren, dijo ella.
Los clientes se levantaron y se fueron.
Al salir, el gerente se dirigió a Ramón -¿Qué les dijiste, carnal? Si se quejan, te corro.
-No se preocupe, les dije que renuncio. Contrate a otro de su lista. Y salió del restaurante.



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