Nadie se ha Atrevido a Aplica
Su Peculiar Estilo de Gobernar
Rechazó lo que muchos anhelaban; “No tenía para la campaña”
- “yo lo ponía a hablar en todos los actos”
- —“Ya me amolaste –le dije-, sí me vengo”.
- -¿Entró o no al despacho del presidente?
Por Matías Lozano Díaz de León
Parte III
—En las cédulas
anónimas la gente ponía lo que le daba su regalada gana: las fallas
del gobernador, las fallas del tesorero, de la policía, y de todos. Se leían en
público y se destruían, y cada funcionario tomaba nota de las observaciones que
se le hacían, y cuando se acaban todas las papeletas, en el orden en que
estábamos, cada funcionario decía lo que
iba a hacer para corregir las fallas que se le señalaron, y de esa manera
tuvimos a los maestros convertidos en mis asesores, en mis vigilantes, para que
no me desviara, y a todo mundo lo autoricé para que dijera todo lo mal que
andaba nuestro gobierno, y de esa manera teníamos el pulso y corregíamos de inmediato cualquier cosa.
—Yo les decía siempre, en cada evaluación: “Aquel de ustedes que no
esté sirviendo con ejemplar honestidad; eficacia, eficiencia, mística
revolucionaria y apego institucional, no tiene nada qué hacer aquí”. Yo siempre
fui muy duro, pero al tiempo muy efusivo, cariñoso, porque estimule el
esfuerzo, la entrega y la mística que cada uno le ponía.
Además, de cuando en cuando nos reuníamos, pero teníamos un
plan: que hablaríamos de todo y de nada, menos de política, y menos todavía,
del gobierno del estado, Teníamos que respetarnos a nosotros y respetar a los
demás. De esa manera salimos adelante.
—Mucha gente se admira de que yo esté trabajando después de
haber sido gobernador, pero yo no completo con mi pensión. Otra cosa: yo me
jubilé y me fui a mi casa, y estando en mi casa mi invitó Otto, a través de
Armando Romero Rosales. Tres veces nos reunimos y tres veces dije no, no, no.
Yo sentí mucho cariño para mí de parte de Otto por conducto de Armando, pero
las tres veces le pedí: —“Dile a Otto que lo quiero entrañablemente; no fuimos
compañeros de estudio, no fuimos compañeros de nada. Pero con esos gestos que
él tiene yo lo admiro, lo respeto; valoro mucho su calidad moral y valoro mucho
ese deseo suyo de que me incorpore a su equipo de trabajo.
Armando me comentó entonces, que el gobernador ya me había
investigado en México y en Aguascalientes y que quería ayudarme. —“Déjese
ayudar”, me decía Armando Romero. A mi
vez, le pedía que le dijera lo mucho que le agradecía, y que lo sentía parte de
mi familia porque nunca nadie se preocupó de mí en la forma que lo hizo Otto.
La tercera vez que dije no, nos despedimos, tristones, y de rato me habla el
licenciado Efrén González Cuéllar: —“Maestro –me dice-, le hablo nada más para
hacerle una pregunta”. —“Hágamela facilita”, le respondí, y se enojó porque le
respondí de esa manera, y me dijo: —“La pregunta es esta: ¿quién se cree que es
usted? ¿no se da cuenta que hay cientos, y miles, de profesionistas, personas
que tienen mucho mérito, mucha preparación, y no hay quien los pele? ¿No se da
cuenta que a usted le están rogando? —“Oiga –le dije-, yo no había concebido
las cosas de esa manera”.
—“El gobernador me dijo que yo, por lo que lo quiero y lo
respeto a usted, y por lo que usted me quiere y me respeta, le vuelva a hacer la invitación que usted ha
rechazado por conducto de Armando Romero. ¿Qué le digo al gobernador?”.
—“Dígale que acepto, con el mayor placer de mi vida”, le respondí. Y a los pocos
minutos me habla Otto, y le reitero que acepto con el mayor placer de mi vida.
Así, estuve en la representación (del estado, en la capital
de la república) todo el tiempo de Otto. Al final, hice un informe, más o menos
pormenorizado de todo lo que se hizo, y la última parte de ese informe era mi
renuncia, y le mandé una cartota, como de setenta hojas, y una copia se la
mandé al licenciado Pancho Ramírez, para que se la entregara a Felipe
(González, gobernador electo)
—Con Felipe yo
cultivo una amistad desde hace 28 años. El me ayudó en mi campaña, a
través del DIF. Un grupo de abarroteros hicieron aportaciones sin límites para
darle al DIF toneladas de azúcar, de arroz, de frijol, de cajas de galletas.
¡De todo lo que pudieron!
—Cuando yo lo conocí, andando en campaña, yo lo ponía a
hablar en todos los actos. En cuanto me avisaban que por ahí estaba Felipe, les
decía que lo anunciaran, siempre. En los primeros mensajes, casi temblaba
Felipe, pero poco a poco fue perdiendo el miedo, y a mí me gustó lo que él
manejaba, porque hablaba de honestidad, hablaba de lealtad, hablaba de
solidaridad, hablaba de esfuerzos
compartidos para salir adelante. ¡El hablaba de cosas que nosotros manejábamos
en nuestra ideología. De esa manera nos identificamos.
Esta vez que me invitó a colaborar en su gobierno, también
me defendí. Le dije: —“Mira –yo le hablo de tú-, andas mal; yo ya tengo setenta
y tantos años, soy un dinosaurio, ya no ato ni desato, ya di todo lo que podía
dar, ya no puedo aportar nada. No estoy cansado, estoy rebasado. Porque esa
misma juventud a la que yo admiro y respeto, a la que le propiciamos
oportunidades de todo tipo, es hoy una juventud preparada, que tiene ansia de
tomar el turno, que tiene ansia de demostrar que son más capaces que nosotros;
que tiene ansia de poner al servicio de la gente lo que saben. ¡Yo me le salía
por donde quiera!, pero luego llegamos a un momento muy bonito, cuando me dice,
después de que le argumenté cuatro o cinco motivos: —“Oiga, con suerte hasta
volvemos a editar su libro...” —“Ya me amolaste –le dije-, sí me vengo”.
—El libro de referencia se llama “Charlas informales”, es
autobiográfico, político, tiene 208 páginas y, por lo que me dijo, lo vamos a
editar por segunda vez. Hemos estado aumentándole una serie de cosas, y como se
dice en las segundas ediciones, corregido y aumentado, así lo estamos haciendo,
posiblemente yo lo termine en un mes, para entregárselo a él, porque ese fue el
compromiso, y le voy a decir: —“tú dijiste, tú dijiste”.
—Cuando supe que yo sería el candidato a la gubernatura de
Aguascalientes, fui a Palacio Nacional con la intención de ver al licenciado
Echeverría, pero su secretario me indicó que primero debía hacer toda una
gestión. Le insistí en que le hiciera llegar una tarjeta mía. –“Si él me dice
que le haga un escrito solicitando la audiencia, la hago; si me dice que venga
dentro de un mes o un año, yo hago lo que él me diga”. -De mala manera se metió y como a los cinco o
siete minutos, el que salió fue el licenciado Echeverría, y me condujo a su
despacho, para asombro del secretario. Yo no quería aprovecharme y decir que el
presidente de la república era mi amigo, no me queda, a nadie le queda.
-¿Acaso no es necesario –interrumpo- utilizar esos recursos
para poder llegar a algún funcionario?
-Se ve mal. Una vez, llegó una persona al despacho del
profesor Olivares, llevaba una tarjetita, de una persona que le solicitaba
recibir al que la portaba, y le dice: -“Fíjate, qué triste. Yo creí que
inspiraba confianza, y veo que no. Tuviste que ir a pedirle a Fulano una tarjeta
para que yo te recibiera. Pero no es necesario. A tus órdenes”.
-En fin, que ya en presencia del licenciado Echeverría,
le dije que el motivo de mi visita era declinar a la nominación. Le argumenté
que estaba muy enfermo, que inclusive me estaban haciendo unos estudios muy
exhaustivos, pero resultó que yo creía estar enfermo, y los estudios me
desmintieron. Ya sin ese pretexto, entonces le dije: -“Mire, yo soy un simple
ciudadano, un maestro rural, muy modesto, no tengo patrimonio, no tengo recursos
para hacer una campaña, no tengo dinero para comprar una casa. No quiero vivir
en una casa prestada o rentada y después salir con que ya la compré”. –“No te
preocupes -me dijo-; no te va a faltar nada”.
A los pocos días comenzaron a llegar recursos, con la
sugerencia de que construyera mi casa mientras hacía la campaña, y la ocupara
antes de la toma de posesión. Mientras, me fui a vivir a una casa que me
prestaron en el Campestre, y de ahí salíamos a las giras. Mi campaña fue la más
larga que ha habido, empezó en febrero, fue una campaña muy intensa, yo recorrí
todo el estado, no dejé de visitar ni una sola comunidad, a algunas fuimos
varias veces, inclusive.
Se llegó la fecha y la casa la ocupamos tres días antes
de tomar posesión. La primera noche dormimos con las ventanas abiertas porque
había mucha humedad y temíamos alguna enfermedad, y el día primero de
diciembre, el día que tomé posesión, la pusimos a disposición de todas las
familias de Aguascalientes, salió en los periódicos.
Era un recadito que
más o menos decía lo siguiente: -“El Profesor J. Refugio Esparza y la señora
María de Jesús Reyes de Esparza, les comunican a todas las familias de
Aguascalientes, que en la calle Fray
Antonio de Segovia número 503, es el domicilio donde todos ustedes tienen su
casa”. Y luego siguió lo otro.
Una vez que hicimos la campaña, las elecciones y todo
eso, yo hice mi convocatoria, para integrar mi equipo. Más o menos dice:
-“Fulano de tal, gobernador constitucional electo, convoca a todos los
ciudadanos aguascalentenses, especialmente a los jóvenes de la más alta
escolaridad que quieran ocupar puestos públicos, digan por escrito qué puesto
quieren, adjuntando un retrato y un currículum vitae, y comprometiéndose a
entregar en el término de un mes, un libro, una tesis, un trabajo, en fin, el
desarrollo de sus pensamientos, diciendo qué innovación, que estilo, qué
procedimiento van a incorporar al puesto, para tratar de ser el mejor
funcionario que haya tenido la dependencia que se les asigne, o que
conquisten”. Y un artículo transitorio, decía que los trabajos no agraciados,
se entregarían al que obtuviera el nombramiento, para enriquecer su información
y ponga en práctica las ideas que no hayan obtenido el trabajo.
Con todo eso, me fui a México, me dirigí a con el
licenciado Horacio Labastida, que era el director general del IEPES –Instituto
de Estudios Políticos, Económicos y Sociales- dentro del Partido
(Revolucionario Institucional), para que, como ya dijimos, me ayudara a elegir
a los miembros de mi equipo, porque yo no quería nombrar parientes, compadres,
conocidos, vecinos o recomendados. –“No quiero –le dije- presiones, quiero
gobernar con lo mejor que tenga Aguascalientes”, y me advirtió que corría el
riesgo de nombrar a personas totalmente desconocidas, y le reiteré mi intención
de correr ese riesgo.
Se convenció y quedó de darme los resultados de su
decisión en dos meses. Estábamos en septiembre y yo tomaría posesión en
diciembre. De ahí me fui a la presidencia, a ver al licenciado Luis Echeverría,
pero ya no tuve problemas para que me anunciaran, y le entregué la lista de los
aspirantes a ocupar los diversos puestos, y le informé que Horacio Labastida
tenía toda la información de cada uno de ellos, y al licenciado Echeverría le
pedí que me ayudara a capacitarlos: en lo político, en lo administrativo, en lo
filosófico... en todo lo que fuese motivo de capacitación. ¡Le dio mucho gusto!
–“Ojalá que algún día así hagan la selección los gobernadores”, me dijo.
Yo le hice ver que
predominaban los jóvenes, que de 32 puestos de confianza, 26 o 27 serían
ocupados por jóvenes. De inmediato le habló a Andrés Caso Lombardo, que era el
director general del INAP –Instituto Nacional de Administración Pública- y le
dio instrucciones de integrar un equipo de capacitadores y que se trasladara a
Aguascalientes" Continuará mañana
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