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Una charla con Don Cuco Esparza

Nadie se ha Atrevido a Aplica
Su Peculiar Estilo de Gobernar
Rechazó lo que muchos anhelaban; “No tenía para la campaña”

  • “Felipe me ayudó en mi campaña”
  • “yo lo ponía a hablar en todos los actos”
  • —“Ya me amolaste –le dije-, sí me vengo”.

  • -¿Entró o no al despacho del presidente?


Por Matías Lozano Díaz de León

Parte III



—En las cédulas anónimas la gente ponía lo que le daba su regalada gana: las fallas del gobernador, las fallas del tesorero, de la policía, y de todos. Se leían en público y se destruían, y cada funcionario tomaba nota de las observaciones que se le hacían, y cuando se acaban todas las papeletas, en el orden en que estábamos, cada funcionario decía  lo que iba a hacer para corregir las fallas que se le señalaron, y de esa manera tuvimos a los maestros convertidos en mis asesores, en mis vigilantes, para que no me desviara, y a todo mundo lo autoricé para que dijera todo lo mal que andaba nuestro gobierno, y de esa manera teníamos el pulso y corregíamos de inmediato cualquier cosa.     


 —Yo les decía siempre, en cada evaluación: “Aquel de ustedes que no esté sirviendo con ejemplar honestidad; eficacia, eficiencia, mística revolucionaria y apego institucional, no tiene nada qué hacer aquí”. Yo siempre fui muy duro, pero al tiempo muy efusivo, cariñoso, porque estimule el esfuerzo, la entrega y la mística que cada uno le ponía.

Además, de cuando en cuando nos reuníamos, pero teníamos un plan: que hablaríamos de todo y de nada, menos de política, y menos todavía, del gobierno del estado, Teníamos que respetarnos a nosotros y respetar a los demás. De esa manera salimos adelante.

—Mucha gente se admira de que yo esté trabajando después de haber sido gobernador, pero yo no completo con mi pensión. Otra cosa: yo me jubilé y me fui a mi casa, y estando en mi casa mi invitó Otto, a través de Armando Romero Rosales. Tres veces nos reunimos y tres veces dije no, no, no. Yo sentí mucho cariño para mí de parte de Otto por conducto de Armando, pero las tres veces le pedí: —“Dile a Otto que lo quiero entrañablemente; no fuimos compañeros de estudio, no fuimos compañeros de nada. Pero con esos gestos que él tiene yo lo admiro, lo respeto; valoro mucho su calidad moral y valoro mucho ese deseo suyo de que me incorpore a su equipo de trabajo.



Armando me comentó entonces, que el gobernador ya me había investigado en México y en Aguascalientes y que quería ayudarme. —“Déjese ayudar”,  me decía Armando Romero. A mi vez, le pedía que le dijera lo mucho que le agradecía, y que lo sentía parte de mi familia porque nunca nadie se preocupó de mí en la forma que lo hizo Otto. La tercera vez que dije no, nos despedimos, tristones, y de rato me habla el licenciado Efrén González Cuéllar: —“Maestro –me dice-, le hablo nada más para hacerle una pregunta”. —“Hágamela facilita”, le respondí, y se enojó porque le respondí de esa manera, y me dijo: —“La pregunta es esta: ¿quién se cree que es usted? ¿no se da cuenta que hay cientos, y miles, de profesionistas, personas que tienen mucho mérito, mucha preparación, y no hay quien los pele? ¿No se da cuenta que a usted le están rogando? —“Oiga –le dije-, yo no había concebido las cosas de esa manera”.

—“El gobernador me dijo que yo, por lo que lo quiero y lo respeto a usted, y por lo que usted me quiere y me respeta,  le vuelva a hacer la invitación que usted ha rechazado por conducto de Armando Romero. ¿Qué le digo al gobernador?”. —“Dígale que acepto, con el mayor placer de mi vida”, le respondí. Y a los pocos minutos me habla Otto, y le reitero que acepto con el mayor placer de mi vida.

Así, estuve en la representación (del estado, en la capital de la república) todo el tiempo de Otto. Al final, hice un informe, más o menos pormenorizado de todo lo que se hizo, y la última parte de ese informe era mi renuncia, y le mandé una cartota, como de setenta hojas, y una copia se la mandé al licenciado Pancho Ramírez, para que se la entregara a Felipe (González, gobernador electo)

—Con Felipe yo  cultivo una amistad desde hace 28 años. El me ayudó en mi campaña, a través del DIF. Un grupo de abarroteros hicieron aportaciones sin límites para darle al DIF toneladas de azúcar, de arroz, de frijol, de cajas de galletas. ¡De todo lo que pudieron!

—Cuando yo lo conocí, andando en campaña, yo lo ponía a hablar en todos los actos. En cuanto me avisaban que por ahí estaba Felipe, les decía que lo anunciaran, siempre. En los primeros mensajes, casi temblaba Felipe, pero poco a poco fue perdiendo el miedo, y a mí me gustó lo que él manejaba, porque hablaba de honestidad, hablaba de lealtad, hablaba de solidaridad, hablaba de  esfuerzos compartidos para salir adelante. ¡El hablaba de cosas que nosotros manejábamos en nuestra ideología. De esa manera nos identificamos.

Esta vez que me invitó a colaborar en su gobierno, también me defendí. Le dije: —“Mira –yo le hablo de tú-, andas mal; yo ya tengo setenta y tantos años, soy un dinosaurio, ya no ato ni desato, ya di todo lo que podía dar, ya no puedo aportar nada. No estoy cansado, estoy rebasado. Porque esa misma juventud a la que yo admiro y respeto, a la que le propiciamos oportunidades de todo tipo, es hoy una juventud preparada, que tiene ansia de tomar el turno, que tiene ansia de demostrar que son más capaces que nosotros; que tiene ansia de poner al servicio de la gente lo que saben. ¡Yo me le salía por donde quiera!, pero luego llegamos a un momento muy bonito, cuando me dice, después de que le argumenté cuatro o cinco motivos: —“Oiga, con suerte hasta volvemos a editar su libro...” —“Ya me amolaste –le dije-, sí me vengo”.
—El libro de referencia se llama “Charlas informales”, es autobiográfico, político, tiene 208 páginas y, por lo que me dijo, lo vamos a editar por segunda vez. Hemos estado aumentándole una serie de cosas, y como se dice en las segundas ediciones, corregido y aumentado, así lo estamos haciendo, posiblemente yo lo termine en un mes, para entregárselo a él, porque ese fue el compromiso, y le voy a decir: —“tú dijiste, tú dijiste”.
   


—Cuando supe que yo sería el candidato a la gubernatura de Aguascalientes, fui a Palacio Nacional con la intención de ver al licenciado Echeverría, pero su secretario me indicó que primero debía hacer toda una gestión. Le insistí en que le hiciera llegar una tarjeta mía. –“Si él me dice que le haga un escrito solicitando la audiencia, la hago; si me dice que venga dentro de un mes o un año, yo hago lo que él me diga”.  -De mala manera se metió y como a los cinco o siete minutos, el que salió fue el licenciado Echeverría, y me condujo a su despacho, para asombro del secretario. Yo no quería aprovecharme y decir que el presidente de la república era mi amigo, no me queda, a nadie le queda.

-¿Acaso no es necesario –interrumpo- utilizar esos recursos para poder llegar a algún funcionario? 

-Se ve mal. Una vez, llegó una persona al despacho del profesor Olivares, llevaba una tarjetita, de una persona que le solicitaba recibir al que la portaba, y le dice: -“Fíjate, qué triste. Yo creí que inspiraba confianza, y veo que no. Tuviste que ir a pedirle a Fulano una tarjeta para que yo te recibiera. Pero no es necesario. A tus órdenes”.

-En fin, que ya en presencia del licenciado Echeverría, le dije que el motivo de mi visita era declinar a la nominación. Le argumenté que estaba muy enfermo, que inclusive me estaban haciendo unos estudios muy exhaustivos, pero resultó que yo creía estar enfermo, y los estudios me desmintieron. Ya sin ese pretexto, entonces le dije: -“Mire, yo soy un simple ciudadano, un maestro rural, muy modesto, no tengo patrimonio, no tengo recursos para hacer una campaña, no tengo dinero para comprar una casa. No quiero vivir en una casa prestada o rentada y después salir con que ya la compré”. –“No te preocupes -me dijo-; no te va a faltar nada”.

A los pocos días comenzaron a llegar recursos, con la sugerencia de que construyera mi casa mientras hacía la campaña, y la ocupara antes de la toma de posesión. Mientras, me fui a vivir a una casa que me prestaron en el Campestre, y de ahí salíamos a las giras. Mi campaña fue la más larga que ha habido, empezó en febrero, fue una campaña muy intensa, yo recorrí todo el estado, no dejé de visitar ni una sola comunidad, a algunas fuimos varias veces, inclusive.

Se llegó la fecha y la casa la ocupamos tres días antes de tomar posesión. La primera noche dormimos con las ventanas abiertas porque había mucha humedad y temíamos alguna enfermedad, y el día primero de diciembre, el día que tomé posesión, la pusimos a disposición de todas las familias de Aguascalientes, salió en los periódicos.

 Era un recadito que más o menos decía lo siguiente: -“El Profesor J. Refugio Esparza y la señora María de Jesús Reyes de Esparza, les comunican a todas las familias de Aguascalientes,  que en la calle Fray Antonio de Segovia número 503, es el domicilio donde todos ustedes tienen su casa”. Y luego siguió lo otro.

Una vez que hicimos la campaña, las elecciones y todo eso, yo hice mi convocatoria, para integrar mi equipo. Más o menos dice: -“Fulano de tal, gobernador constitucional electo, convoca a todos los ciudadanos aguascalentenses, especialmente a los jóvenes de la más alta escolaridad que quieran ocupar puestos públicos, digan por escrito qué puesto quieren, adjuntando un retrato y un currículum vitae, y comprometiéndose a entregar en el término de un mes, un libro, una tesis, un trabajo, en fin, el desarrollo de sus pensamientos, diciendo qué innovación, que estilo, qué procedimiento van a incorporar al puesto, para tratar de ser el mejor funcionario que haya tenido la dependencia que se les asigne, o que conquisten”. Y un artículo transitorio, decía que los trabajos no agraciados, se entregarían al que obtuviera el nombramiento, para enriquecer su información y ponga en práctica las ideas que no hayan obtenido el trabajo.

Con todo eso, me fui a México, me dirigí a con el licenciado Horacio Labastida, que era el director general del IEPES –Instituto de Estudios Políticos, Económicos y Sociales- dentro del Partido (Revolucionario Institucional), para que, como ya dijimos, me ayudara a elegir a los miembros de mi equipo, porque yo no quería nombrar parientes, compadres, conocidos, vecinos o recomendados. –“No quiero –le dije- presiones, quiero gobernar con lo mejor que tenga Aguascalientes”, y me advirtió que corría el riesgo de nombrar a personas totalmente desconocidas, y le reiteré mi intención de correr ese riesgo.

Se convenció y quedó de darme los resultados de su decisión en dos meses. Estábamos en septiembre y yo tomaría posesión en diciembre. De ahí me fui a la presidencia, a ver al licenciado Luis Echeverría, pero ya no tuve problemas para que me anunciaran, y le entregué la lista de los aspirantes a ocupar los diversos puestos, y le informé que Horacio Labastida tenía toda la información de cada uno de ellos, y al licenciado Echeverría le pedí que me ayudara a capacitarlos: en lo político, en lo administrativo, en lo filosófico... en todo lo que fuese motivo de capacitación. ¡Le dio mucho gusto! –“Ojalá que algún día así hagan la selección los gobernadores”, me dijo.

Yo le hice ver que predominaban los jóvenes, que de 32 puestos de confianza, 26 o 27 serían ocupados por jóvenes. De inmediato le habló a Andrés Caso Lombardo, que era el director general del INAP –Instituto Nacional de Administración Pública- y le dio instrucciones de integrar un equipo de capacitadores y que se trasladara a Aguascalientes" Continuará mañana



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