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Javier “El Zurdo” Nieves, un héroe anónimo


Gracias a él se construyeron 

los Espacios Para Minusválidos

 





Incapacitado por una encefalitis viral./  Sugirió construir rampas y los cajones en estacionamiento./ En el seno del Club Rotario se incubó y germinó el proyecto./ Muchas personas no respetan los lugares a ellos reservados./ 

 

(Entrevista realizada en Diciembre de 2002, publicada originalmente en el Número 136 de Reporte Político Policiaco, que puede encontrarse en las principales hemerotecas de la ciudad) 

 

POR MATIAS Lozano Díaz de León

 

IN MEMORIAM.- A su 39 años de edad Javier “El Zurdo” Nieves Vázquez –qepd- (sobrino del Padre Nieves) era un dinámico ejecutivo de la Comisión Federal de Electricidad pero un día, su cuerpo se paralizó, a causa de una no muy común enfermedad: Encefalitis Viral.  — “Cuando me pasó esto (sus hijos) Javier tenía 5 años, la Nena 3, una situación muy difícil, de la que salimos adelante gracias a mi esposa, por eso siempre me incliné ante ella, porque nunca se dio por vencida, no obstante las condiciones de recién casados. Me casé de 33 años, tenía 39 cuando me pasa esto, en la ciudad de México.  ¡Yo ni casa tenía, “mano”, apenas estábamos pagando el crédito. Afortunadamente nos tocó la época todavía buena en el aspecto económico. Ya  no me recuperé como se esperaba, y a los seis meses me jubilan. 

 

Yo tenía 21 años en la CFE y 39 años de edad, no estaba tan mal, pero me dijeron “engarróteseme ahí”, y ya no se pudo conseguir lo que queríamos. Para entonces mi esposa -que en paz descanse- (murió poco después de cumplir sus bodas de plata) tenía una prima radicando en Reynosa, Tamaulipas, casada con otro “compañero” digamos, sin piernas, Artemio. En su infancia vivían en Tampico, y el tren pasaba por la parte trasera de la casa, ¡por ahí pasaba la vía!,  aunque ya era perímetro urbano, y el tren no pasaba tan rápido. 

 

Cuando Artemio tenía 8 o 9 años, lo arrolló el tren, él no se acuerda ni supo quien de la bola, lo empujó. Ya ves que se juntan los chiquillos... A mí me tocó en mi infancia “colear” al tren; cuando iba llegando te subías, así le pasó a Artemio, no supo nunca cuál de sus amiguitos lo aventó, nomás sintió que lo empujaron, el tren venía cerca y lo arrolló, tuvieron que amputarle sus piernas. Vienen seguido, unas dos veces por año. En una de sus visitas, ya estando yo así, en la silla de ruedas,  me contaban sus experiencias. Tú sabes, cuando viene el consejo de una persona que ves que tiene el padecimiento que tú tienes, hasta de borrachitos, que ves que la persona que  lo está dando pasó por aquello y que ha salido adelante, ¡te anima! Así me sentía yo con Artemio, me dio mucho ánimo él. 

 

Bueno, pues Artemio y su esposa nos platicaban –yo admiro mucho a la prima de mi esposa porque se casó con Artemio ya estando así-, de las ventajas, facilidades, comodidades, como le quieras llamar que hay para los discapacitados “al otro lado”. Como ellos van muy seguido a McAllen, Texas,  o a veces un poco mas lejos, pues veían cajones exclusivos de estacionamiento, rampas, me platicaban de lugares especiales en teatros, iglesias, en lugares públicos, lo cual me tocó constatar una vez que por azares del destino fuimos a los Angeles a visitar a unos familiares de Silvia, mi esposa, y entendí lo que, sin esas ayudas, batallaba mi esposa, que era la que me llevaba para todas partes.  Bueno, yo le digo batallar pero ella nunca lo tomó así, era mi compañera y sé que lo hacía con gusto, pero yo veía los problemas. Para subir las banquetas, para hallar un lugar dónde dejar el carro cerca del sitio al que íbamos. Afortunadamente esto ha ido cambiando, poco a poco. Después de aquel viaje a Los Angeles, me entró el gusanillo de ¿por qué aquí no, verdad? Y sí, hicimos algo. Yo estuve elucubrando, después de que   evidentemente había “saboreado” lo que significaría para mi esposa caminar conmigo; porque para uno, pues, es igual todo, pero no para el que nos lleva. 




Entonces llega Delfino Gámez y me dice: —“Compadre -porque somos compadres-, te invito al Club Rotario”. —“No, ¿qué voy a hacer yo ahí”?, le respondí. Era el Club Rotario Industrial, no sé dónde tengan ahorita la sede, pero luego le dije: “Pues sí, sí le entro, total, yo creo que lo que quiere  un club ahorita es membresía, ¿verdad? Y me dije, que era como un traje, “si me gusta me lo quedo si no, me lo quito”. Y fui con esa idea, pero también pensando en todo lo que había visto en Estados Unidos en cuanto a infraestructura para minusválidos y así se lo hice saber a Delfino, seguro de que con el apoyo de los Rotarios podríamos hacer muchas cosas, es un club con mucho prestigio a nivel internacional. Y un día me dijo Delfino:  —“Que te vengas”. -Casi no había gente, tuvimos que encabezar ese comité como le llaman ellos, y así fue como aceptaron mi idea, éramos más o menos 10 ó 12 miembros, así empecé a mover el proyecto, y en esa labor, siempre me llevaba Delfino.

 

¿De que año estamos hablando?, le pregunté: 

 

—Híjole, estaba (Miguel) Romo Medina, era su último año (1986) , a él le gustó el proyecto pero ya no había tiempo, iba de salida, pero llega del Villar e inmediatamente, en abril, inició la construcción de las primeras rampas. Pero para caminar incluso dentro de lo que es gobierno en sí, te voy a decir la verdad: no se me hizo costoso porque en primera instancia había una oficina de Participación Ciudadana, fui a dar con ella, informándome,  la manejaba Gilberto López Velarde chico, conocido de la época, me recibe, le platico y  luego luego quedamos en algo, ahí fue el punto de partida para llegar a Obras Públicas, donde el segundo de abordo era un arquitecto, Eduardo Salceda,  muy amable, porque desde la primera vez que me recibió mostró interés en  el proyecto, hasta sacó su cinta o metro para echar las primeras medidas. Pasó que, en su familia tenía a alguien con el mismo problema. 

 

¿Crees que ahora hay más comprensión, sensibilidad?

 

—Si. En aquel tiempo fueron vueltas y vueltas, no te puedo decir cuantas porque la gente trabaja, si bien es cierto yo no padecía este problema del estreñimiento, estaba mas controlado. Después de mi compadre Delfino, le tocó llevarme a mi hermano Enrique, que es  técnico en construcción, a él le correspondió indicar dónde y cómo creíamos que debían ubicarse las rampas o cajones de estacionamiento. Recuerdo también el día que me dijo el arquitecto Salceda: —“Oye, ¿ya sabes cuantas rampas vas a pedir; cuántos cajones? Le dije que no sabía, y me animaba: —“Tú pide”, y señalamos una cantidad, un mínimo, en lugares estratégicos. Cuando presentamos el proyecto, a Romo Medina  nunca lo pude ver porque, la oficina de ellos está allá arriba, no hay (no había entonces) accesos para nosotros ni en Palacio de Gobierno ni en la Presidencia Municipal, y son muchos escalones, un gran problema para mi ayudante. A veces le pedía a mi compadre Delfino que me llevara a la planta alta, pero luego, no, “mejor aquí platico con Salceda”. Yo sabía que él amablemente iba a ser mi interlocutor. Y así fue, me lo platicó muy bien, que sí, que sí. Y luego, pues que ya se va y que ya no hay dinero. Yo sentí feo, pero me dije: -“Hay que seguir, luego entra del Villar, al que tampoco vi, y de buenas a primeras, un telefonazo. Me dice: —“¿Javier? ¡Aprobado, ya tengo carta blanca y vamos a empezar en El Encino!

 

¿Por qué en el Encino; por algo en particular?

 

—Nunca lo supe; la obra se hizo por el club, por eso la aprobaron inmediatamente y les dije que obviamente para que funcionara, que hicieran una campaña en los medios de comunicación, para concienciar a la población. No tuve apoyo en ese sentido, salvo cuando fui a El Sol del Centro, con el señor Mario Mora Barba, nos hizo favor de publicar algo, pero sigue haciendo falta conciencia. En la actualidad, te fijas en las rampas y cajones y hay obstáculos, están ocupando los cajones personas que con seguridad no son discapacitadas. Yo salgo seguido y me encuentro con ese problema”.





¿Será gente más “discapacitada” que ustedes, inclusive?

 

—Sí, de la cabeza. De hecho suceden con frecuencia esas cosas de mal gusto. Me acompaña mi hija actualmente, y como ocurría con su madre, hay pleitos con la gente, ni viéndome así se detienen, ni siquiera por ser una mujer la que me lleva le dan el lugar. Ahora, además, te encuentras con algunas rampas ocupadas por vendimias o por carros, nos ha tocado algunas veces la suerte de que esté un agente cuidando los lugares, pero a veces es todo lo contrario también, aunque haya agente están ocupados y va uno a decirle al agente, y dice: —“¿qué hago?” -¿Cómo que qué hace? ¡Póngales por lo menos una multa!, le digo. En aquella época yo le hice ver al gobierno, en la Dirección de Participación Ciudadana, que mientras no le duela en el bolsillo, la gente no va a respetar la ley. Le es muy cómodo darle su “mordida” al agente, sus 20 pesos y, ya. Y creo que así ha sido, porque sigue igual, porque ¡no hay lugar y no hay lugar!.

 

Aún con todas esas fallas, obviamente es una idea magnifica, es un servicio extraordinario el que las rampas pueden brindar a las personas como tú. ¿Se te reconoció tu idea de alguna manera, o eres uno más de los héroes anónimos?

 

Javier “se va por la tangente” y refiere que después de la del Encino se sucedieron las rampas, y se exigían como requisito en nuevas construcciones o tiendas de autoservicio. 

 

“Quiero pensar que cuando menos fue el primer pasito”. Cuando hicimos la petición, yo hice hincapié en la carta en la que se pedían más de cien rampas y cajones,  y que las construyeran  donde ya existía la necesidad: parques, teatros, plazas. Un segundo punto muy importante, era que en lo sucesivo toda construcción nueva contemplara esa norma y, bueno, se ve que vamos avanzando”.

 

Continuará 

 

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