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Que “20 años no es nada! ¿Y 50, qué tal?



Hoy cumplo medio siglo de casado; 
¡y mi esposa también! 




Aquel 17 de Julio no hubo Impedimento;
Hoy sí lo hay: el COVID se interpone

¡Gracias, Lula; felicidades para mi!


Un día de estos cumpliré 50 años, y mi esposa, Lula, otros tantos, y en suma serán 100, ¡cien años de casados! Cuando me casé, el día 17   de julio de 1970, ni de chiste pasaba por mi mente que de evento tal, el quincuagenario,  llegase a ser protagonista, y hoy, heme aquí, pensando en cómo o  con que concelebrar el acontecimiento. El con quién, no tengo problema, me queda claro que es con la misma. Entonces no hubo impedimento, hoy sí. El mentado Covi quiere su parte, amenaza con cobrarse “a lo chino”.

También me queda claro, según un dicho muy ranchero, que cambiar de caballo a la mitad del rio no es algo recomendable, y sabio es el consejo, como sabio el que lo da, con la seguridad de que “al caballo como al hombre, lo doma el tiempo”, todo es cuestión de querer y saber aguantar, y entender que andando despacio, se llega lejos, y que “nomás aquel que no monta a caballo, del caballo nunca se cae”. De Ahí en más, no son pocos los hombres que por el caballo aprenden, escribió Gabriel Oliverio, que “la fuerza se complementa con la nobleza y la lealtad”. 

Así no hay pierde: “Buena mano, de rocín hace caballo”, expresión con significado algo similar a que “sin caballero no hay dama”, es decir, que ciertamente hay mujeres que se fijan en el físico, pero un caballero busca una dama y no una mujer; y una dama busca un caballero, en toda la extensión de la palabra, no sólo un hombre”. De todo debe haber.



“Cómo han pasado los años
Cómo cambiaron las cosas
Y aquí estamos lado a lado
Como dos enamorados
Como la primera vez.

Cómo han pasado los años.
Qué mundos tan diferentes
Y aquí estamos frente a frente
Como dos adolescentes
Que se miran sin hablar.


Si parece que fue anoche
Que bailamos abrazados
Y juramos un "te quiero";
Que nos dimos por entero
Y en secreto murmuramos:
"Nada nos va a separar".


Cómo han pasado los años,
Las vueltas que dio la vida.
Nuestro amor siguió creciendo
Y con él, nos fue envolviendo.

Habrán pasado los años,
Pero el tiempo no ha podido
Hacer que pase lo nuestro”.
(Compositores: Rafael Ferro / Roberto Livi)

Esto es un tema privado, no debiera ventilarse, sino festejarse con nuestra familia al lado: Cuatro hijos –seis, por los matrimonios- y 10 nietos. En el camino, empedrado, se acomodaron las calabazas. Cayeron las que no servían, son formas de ver la vida, nadie, en efecto, nos dijo que sólo habría primaveras.

En 50 años de casados (y los que faltan, que ojalá sean muchos) hubo de todo: quizá más días borrascosos  que días soleados. ¿Quién sabe? No estoy yo para contarlos, ni ella para deducirlos pero, sin duda ella ha tenido más días malos (cuatro partos y las crianzas, y la ropa, y la comida, y la limpieza de la casa), sin embargo, aquí está. Su cuerpo acusa los efectos de esos 50 años de casados, aspecto que me hace quererla más, admirarla, a veces en silencio, pero con veneración.

Al principio de los años, pasamos por toda clase de penurias, sin llegar a los extremos. Hambre no, porque el primer propósito que nos hicimos fue: “si un peso tenemos, será para que coman los niños”, Así pues, hubo limitaciones, pero no estómagos vacíos. Mucho tiempo, varias veces, Lula llevaba a los niños al trabajo, para que yo los viera: Siempre he dicho que para ser periodista se debe tener por lo menos dos trabajos: yo llegué a tener tres, todos los desempeñé a satisfacción, nunca “aviador”: de 8:00 a 15:00, de 15:00 a  22:00 y de 22:00 hasta no entregar la última nota policiaca. No era raro quedarme dormido sobre la máquina de escribir. “Sin caballero no hay dama”, me digo ahora, y busco ser digno compañero de quien en casa me espera siempre para vernos,  aunque fuese a ratos.


No caben 50 años de vida al lado de una gran esposa, en unas cuantas “cuartillas”. No hay historia más interesante que la propia, ya dedicaremos tiempo para escribir de ello. Pero la certeza tengo de que en la cuenta, hay más cosas qué agradecer, que otras de las que ni siquiera nos acordamos.

Hoy, la fiesta tendrá que esperar: el COVID  está peor que la más fuerte tormenta en un día de campo y, para acabarla de ¡&%=)(=¿, anda rondando a mi familia. La fiesta será sustituida por asistencia, en grupo al laboratorio. En Texas, una de mis nietas se contagió y salió bien del problema. Aquí, mi hija y sus hijas son “sospechosas” y, si dan positivo, nosotros, los cumpleañeros, habremos de pasar por ese trance. A ello agregue usted la “carga” que en la cuarentena ha llevado mi esposa, atendiéndome de una complicación en el hígado y el baso y la disminución de las plaquetas, todo lo cual agrega una buena dosis de vulnerabilidad pero, como siempre, procuro corresponder con mi esfuerzo, a  su incansable labor. 

¡Quién la viera, como el bambú, doblándose por las inclemencias del tiempo, pero sin quebrarse. Dios la conserve muchos años más, por lo menos hasta que yo no aprenda a decirle ‘Gracias, te quiero mucho”.


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