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Dos Sanjuaneros Solitarios: "Y los demás"?


 Mi última caminata ¡toda una odisea!






Más de 400 años de peregrinaciones… ¡y ni por eso!- Se cubría la cabeza con una caja de cartón para cruzar la avenida./ Los aztecas tenían excusados a lo largo de sus caminos./ ¿Por qué no les ponen luces a los perros que deambulan de noche? .-  La basura invade todos los terrenos/ ¡Ahora comprendo a Cuauhtémoc! 

POR MATIAS LOZANO DIAZ DE LEON


Desde por lo menos diez años antes de que la Real Audiencia autorizara a familias españolas poblar el lugar conocido como Villa de San Juan de los Lagos, lo cual se dio el 3 de julio de 1633, ya se hacían las peregrinaciones a ese sitio, a raíz del primer milagro atribuido a la imagen de la Virgen de la Limpia Concepción, la cual fue un regalo a esa comunidad, del  misionero fray Miguel de Bolonia. Y sin embargo, las dichas peregrinaciones siguen haciéndose de manera “empírica”, sin “técnica”, “a la buena de Dios”, sufriendo los caminantes –no todos- las consecuencias de una mala planeación y del uso de zapatos y ropa inadecuados ¡y la falta de señalamientos!

Actualmente, las peregrinaciones más concurridas se dan a finales de enero, para concluir en los primeros días de febrero, ya que la fiesta central es el día 2, Día de la Candelaria pero son igualmente multitudinarias las del 15 de agosto y las del 8 de diciembre, y cada vez toman mayor fuerza las que se hacen en Semana Santa, y hasta en Navidad y fin de año, lo que indica que mucha gente aprovecha sus vacaciones, para cumplir una visita a la Virgen de San Juan que, hacia el norte, la más cercana competencia la tiene en el estado de Zacatecas, donde varias imágenes le disputan los fieles que necesitan algún milagro.

Para los aguascalentenses en general y para un servidor en lo particular, resulta más atractivo caminar hacia San Juan que hacia Fresnillo o Jerez, así que el viernes 14 de enero, conforme a lo planeado, emprendimos la marcha para dar cumplimiento a lo que mi hijo Jorge se había comprometido cuando notó que la medicina no ponía al tiro al pequeño Leo.

Entregué mis notas en la redacción El Sol del Centro donde a la sazón colaboraba (2007) bajo las órdenes de don Paco Gamboa mientras Jorge chequeaba su salida a las 15:00 horas en el Congreso del Estado, y a las 16:30 horas estábamos en las “goteras” de la ciudad, más específicamente, en Vista Alegre, hasta donde llegamos en el carro en una inútil búsqueda de virtuales compañeros.

Con la mochila al hombro y la actitud un tanto indecisa, me acordé que los que son bien “machos” dicen que “Pa´tras, ni pa´garrar vuelo”. De haber estado solo, a lo mejor lo repienso, pero el honor paternal estaba de por medio. Mi esposa, Lula, y otro de mis hijos, Luis Fernando hubieran tomado a bien que me rajara pero, como mal esposo y padre que soy, no quise darles ese gusto.

Así pues, me despedí e hice lo que hacía mi santa y media ciega abuela paterna para cruzar el incipiente primer anillo de circunvalación poniente. Dicen que Javier Castañeda, un  mecánico muy famoso que vivió en José María Chávez y Pimentel –primo del Pbro. Javier Castañeda Delgado- también usaba táctica parecida para cruzar la López Mateos. El se cubría la cabeza con una caja de cartón y “Alabado sea Dios en las alturas”; y nunca sufrió atropello, tampoco mi abuela, que se cubría la cabeza con su rebozo de bolita. ¡Pobrecita doña Tula, imaginaría que su túnica la volvía invisible!

-“Al rato alcanzamos a otros caminantes”. –le decía a mi hijo, por si acaso le hacía falta ánimo, pero no; por eso no tengo ninguna duda de que son míos.

Alzábamos la vista esperando divisar los puestos de socorro, los de frutas y todo tipo de fritangas a la vera del camino, como para tomarlos de punto de referencia en la caminata y… ¡nada!

En los tramos donde hay caminos a la orilla de la carretera que se usan de continuo, todo estaba bien, pero donde sólo pisan los sanjuaneros ¡virgen! La yerba había sido desbrozada pero los tocones, de casi 30 centímetros, dificultan el avance.

A poco de llegar a San Antonio de Peñuelas, ya oscureciendo, se detuvo una camioneta de Rescate de Protección Civil, nos saludó con afecto el conductor, quien además nos reconoció, se sorprendió de nuestra marcha y nos dio sendos brazaletes fosforescentes, y seguimos nuestro periplo.

Cuando llegamos al retén militar, en el kilómetro 26, los sorprendidos soldados casi nos convencen de regresar, al asegurarnos que no había pasado nadie antes, que éramos los primeros, pero un Cabo recordó que media hora antes vio pasar cuatro muchachos. Con eso fue suficiente. -¡Vamos tras ellos!, dijimos, y seguimos hollando el camino, devorando distancia.

En Jaralillo, fuera de la tiendita, estaban dos lugareños, nos confirmaron que cuatro más iban adelante. Para entonces la noche estaba oscura, oscura y, como los antiguos, me dispuse a interpretar los astros. Alcé la vista, y me sorprendió no encontrar en el amplísimo techo un metro cuadrado sin estrellas. ¡Qué noche! Y, para nosotros solos (bueno, también para los cuatro que iban adelante, si es que se les ocurrió mirar pa´arriba.

Seguimos y a poco, apareció de pronto, en el haz de luz de la linterna ¡un monstruo! Claro que, pasada la impresión, podemos decir que “sólo” era un pastor alemán que, en plena carrera, trataba de alcanzar la camioneta de su amo, con la que minutos antes nos habíamos encontrado. ¿Por qué en los ranchos no les ponen –ya que luces no- cencerros a los perros que circulan de noche por veredas y terracerías por donde caminan los sanjuaneros solitarios? ¡Podrían evitarles muchos sustos a esas pobres criaturas!

Metros más adelante, otro perro, negro como la tiznada cocina de mi abuela Chona allá en Montoro, cerca de Montesa, pero de menor alzada que el pastor, se nos aproximaba, tratando de pasar entre mis piernas, siguiendo la luz de la linterna, pero con la experiencia que habíamos adquirido, lo azuzamos y, de muy mala gana, optó por internarse en los breñales, no sin antes “decirnos” algo en su peculiar “idioma”.

Aparte de ello y dos cortísimas desviaciones debidas a la bifurcación de caminos, nada sobresaliente ocurrió hasta llegar a la Chona, donde a las 12 de la noche ya nos estábamos dando un baño y un masaje en los pies. Los Sanjuaneros Solitarios hallaron el pueblo en santa paz. ¡Nadie en las calles, en la plaza, ni siquiera policías! Era obvio que no nos esperaban y los privamos de la oportunidad de organizarnos un recibimiento fastuoso. Pero lo que no puedo dejar de resaltar es la seguridad que, no obstante la soledad, nos acompañó en todo el trayecto. No podía ser de otra manera, siendo los jaliscienses de Los Altos tan religiosos y por lo mismo portadores de un emblema de hermandad que enarbolaron en la guerra cristera. La virtud de Gente Buena de los aguascalentenses, viene de allá, de Lagos vinieron los 12  que fundaron esta Villa. 

Llegamos a un hotel que tiene el nombre de famoso casino, pregunté al dependiente que si tenía cuartos y ¡no lo negó! Era obvio, es un hotel, pero mi intención era saber si disponía de alguno desocupado, y nos asignó uno ¡escaleras arriba! No era cosa de quejarse, no íbamos a enseñar el cobre; y subimos. Y antes de las seis de la mañana, bajamos y salimos otra vez al camino.


Del poblado al puente sobre la autopista, hay poco espacio a la orilla de la carretera para los caminantes, y menos lo había para quienes éramos de los primeros en circular por ahí, lo que nos permitió comprobar –por si quedaba duda- que, en efecto, se hace camino al andar y, cuando al fin hallamos un camino, nos llevó ¡a la autopista!, y nos planteó la disyuntiva: dado que no podíamos brincar la barrera central, que además tiene la malla plástica-, podíamos escoger entre bajar hasta la caseta –unos 150 metros-, rodear y volver al camino –otros 150 metros, y escalar el terraplén del puente, una pendiente ascendente de 30 metros, y optamos por lo segundo, pero no contábamos con la altura del yerbal. Sin embargo, lo vencimos y nos encaramamos a la carretera. Para la próxima, ya sabemos que conviene tomar la ruta que siguen los vehículos para entrar a la autopista.

De ahí p´al  real, es decir, hasta San Juan, se dispone de caminos paralelos a la carretera y en ellos os halló el amanecer. Será el sereno, pero esa soledad –que no se disfruta en las aglomeraciones, y lo digo con conocimiento de causa, porque jamás lo experimenté en mis peregrinaciones anteriores- lo conecta a uno con sí mismo, lo ubica en la realidad de su infinita insignificancia y a la vez en su majestuosa grandeza (como humanos), y nos deja ver de lo que somos capaces. Entonces es cuando se aplica eso de que “Para que veas lo que es amar a Dios en tierra de indios”.

A las 7:40 el sol, a nuestra izquierda, dejó de ser un leve resplandor y se dejó ver en su esplendor, entonces vimos señales de que alguien iba no muy delante de nosotros, los resultados de sus “encuentros con la naturaleza” y el papel sanitario, no dejaban duda ¡eran humanos!

Bernal Díaz del Castillo dice, en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, que una de las muchas cosas que les sorprendieron a los conquistadores fue que los indios tenían acondicionados lugares a lo largo de sus caminos para “purgar sus vientres”, es decir, que no dejaban sus “huellas” en cualquier sitio. Pero los españoles no sólo destruyeron las pirámides, también los excusados y sobre todo, las buenas costumbres de antes.

Todo ese tramo, hasta llegar a la primera Santa María, camina uno sobre infinidad de piedras de cuarzo, de diversidad de colores. Si los sanjuaneros no llevaran el apuro de llegar, sin duda se pondrían a recoger piedritas. También es evidente la basura que dejamos los caminantes, y que se observa entre la yerba de muchos años acumulada, pero también la que tiran los habitantes de todos esos pueblos, porque seguro no tienen un sistema de recolección. Si donde lo hay, como en Aguascalientes, no faltan bolsas y costales a las orillas de los caminos, donde no los tienen, con mayor razón. Qué sucios e irresponsables somos, no cabe duda.

Así llegamos a la primera Santa María, y en una fonda chiquita que parecía restaurante, nos paramos a echarnos unos tacos, pues ya nos andaba de hambre, ya ven, el hambre es canija pero es más el que la aguante. Para entonces ya habíamos consumido sendos bagets que mi “vieja” -así le digo, de cariño, desde que estaba nueva- nos armó con jamón, queso y aguacate. Se me arrimó una morena que estaba rete “tres piedras”, me dijo –“¿qué se le ofrece? Puede pedir lo que quiera, señor, yo estoy pa´ servirle, aquí yo soy la mesera”. Al ver aquella morena se me olvidaron los tacos; le dije, traiga cerveza y de pollo sirva tres platos, y usted se viene conmigo, para divertirnos un rato.

-“Vámonos, papá”, oí decir a Jorge, y me volvió a la realidad. Estaba yo, dando vida a una vieja canción. La neta, estábamos en un puesto de tacos de bistec; y continuamos la marcha. En ese lugar se aleja uno de la carretera por una brecha que habrá de llevarnos hasta la gasolinera donde entroncan las carreteras y baja uno a San Juan.

Las primeras horas de la mañana tienen su encanto. Por todas partes se oyen verdaderos conciertos del ganado –mayor y menor: ovejas y vacas- que le recuerdan al dueño no sólo que es hora de la ordeña, sino también de la “papa”. Se disfruta mucho esa cercanía con las cosas sencillas, aunque el que pudiera no disfrutarlo mucho es el semental bovino que en cada granja muge en infructuoso –no siempre- reclamo. Y pienso: ¿En qué especie he visto eso? Pero las piedras del camino demandan mi atención y me concentro de nuevo en la caminata.

Pese a la soledad, hablamos poco mi hijo y yo, quizá eso sea bueno. Es sano no hablar de lo que los demás no quieren oír y no responder a lo que no se pregunta, pero aún así siento que la comunión es enorme. Dios me ha dado grandes hijos y parte de esa fortuna es que no haya mucho qué hablar.

La distancia se acorta, pero el camino parece extenderse en lugar de reducirse. Las fuerzas menguan, los pies se quejan. Hemos disfrutado de un clima magnífico desde nuestra salida. Las chamarras hicieron viaje de balde, pero convenía llevarlas. Para el mediodía el sol calentaba, pero magnánimamente.   

Llegamos al entronque y entramos a la recta final, el bulevar. No hace muchos años, recorrer ese tramo era toda una proeza, en parte, porque las subidas y bajadas se sucedían, una tras otra, por veredas. Eso debo reconocer: la construcción del bulevar emparejó el camino, más aún se dispone de banquetas, si bien, se encuentran ¡se encontraban! en su mayor parte cubiertas de yerbas. Podemos presumir que nosotros cooperamos con quienes pasarían después, eliminando los obstáculos más grandes, Jorge, con su bastón (en las caminatas, cortas o largas, conviene llevar uno, como lo hacen los boy scout, que el Padre Toño instituyó en Aguascalientes, porque permiten ahorrar gran cantidad de energía) retiraba todo lo que hallaba a su paso, piedras, botellas de refresco, yerbas, etc., como acostumbraba hacerlo su abuelo paterno Severiano (por eso se dice que los muertos, nunca se van del todo)




Sin exagerar, creo que el tramo más difícil de la ruta, es, sin embargo, ese bulevar porque, donde las banquetas son llanas, están los yerbales, y el resto, más próximo al pueblo, toda la banqueta está en declive, porque los dueños de locales así lo decidieron, y como estacionan todo tipo de vehículos, nos obligaba a caminar por el arroyo de la calle. ¡Así de ingratos son!

A las tres de la tarde estábamos en el Santuario, luego de probar una docena de cajetas que nos ofrecían las comerciantes. Cosa buena es esa de que sólo mujeres ofrecen las probaditas. La explanada, sola; el templo, relativamente solo, es decir, no estaba atiborrado como lo estaría al siguiente fin de semana. Como quien dice, igual que el camino, la Virgen de San Juan estaba ¡nada más para los “sanjuaneros solitarios”. Le dimos los saludos de la familia, rezamos nuestras oraciones, Jorge expresó el “¡promesa cumplida”! y salimos.

Antes de buscar un auto de alquiler que nos llevara a la central fui a comprar una torta de lomo para mi esposa, para reponer al menos en parte el desgaste que, como todas las mujeres, sufre con los trabajos que le son inherentes como buena esposa, madre y ama de casa.


En la central camionera sacamos boleto para la “corrida” más próxima en “primera plus” que, para empezar, salió con mucho retraso, y pronto nos dimos cuenta que era un auténtico pollero. Pero llegamos bien. Para entonces ya no me sorprendía observar que éramos los únicos sanjuaneros así que, con mucho espacio en el autobús, me quité los zapatos para darme un masajito y, al ver mis “pieses” comprendí en toda su extensión el suplicio de Cuauhtémoc. Traía yo empalmadas unas 20 ampollas en el colchoncito donde empiezan los dedos, todas reventadas. Supongo que fue en la escalada del puente, porque cuando salía el sol, me detuve en una zapatería del camino para adquirir unas plantillas marca “cartón ponderosa”, que me acompañaron hasta el final.

De vuelta en casa ¡la gloria! Pomaditas, masajitos, comidas en la cama. ¿Quién, cuidado por un ángel, quiere aliviarse? Yo, no. Pero pronto estuve, contra mi voluntad,  en condiciones de volver a caminar y, sin poder seguir fingiendo, retomé mis actividades; el domingo ocupé mi posición en el partido de béisbol y me declaré ¡listo para la otra (para la otra, caminata)! Jorge, en cambio, se fue a echar frontón al día siguiente de nuestro regreso. ¡Juventud, divino tesoro! (Por eso, cuando me acuerdo, lloro)



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