1947… LO QUE DIAZ-CAÑABATE
DIJO SOBRE LA BRONCA DE
LORENZO GARZA… (*)
Pedro Julio Jiménez Villaseñor
"HUBIERA dado algo por presenciar la corrida celebrada en Méjico el 19 de enero. Ya saben ustedes lo que pasó. Uno bronca de bastante consideración. Una bronca «o modo». Confieso mi pasión por las broncas taurinas. Son infinitamente más divertidas que muchos de esas faenas de naturales y vengan naturales, y en los intermedios veinticuatro derechazos, unos mirando al tendido y los otros como si el torero no toreara para el público sino para un fotógrafo amigo suyo, que está entre barreras. Todo esto es monótono y pesado y nada emocionante. En cambio, una buena bronca, bien desorganizada, nos hace felices siempre y cuando seamos meros espectadores de ella. Nada de exponerse a multas, detenciones y puñetazos. No; muy quietecitos en nuestra localidad y a no perderse detalle.

La cosita ocurrió en el sexto toro. Un picador le dejó enhebrada la garrocha en una costilla, y el toro se desolló al golpear con el palo contra las tablas. No contentos con eso los asesinos de toros volvieron a meter palo, y barrenaron coa ganas de provocación. ¿Se dan ustedes cuenta? ¿Qué iba a hacer el público? Pues Indignarse, como era su deber. Y entonces, va Garza a «quitar, con teatralidad». Y se la gana, y le chillan que no toreé. Y él «plega el capote con aire de reto».
¿Eh, qué tal, sería divertido aquello o no? Pero no paró ahí la cosa. He aquí la reacción del público: «Cayeron todos los cojines; siguieron las fogatas; luego, la destrucción de anuncios, del reloj, de los reflectores y de los cables de la luz.» Nada más.
La salida de la Plaza de Garza también merece que la conozcan ustedes sin perder nada: «Descompuesto el rostro, en el que se pintaban en surcos pálidos la impotencia, la ira y el temor; empujado por los policías y forcejeando como un desesperado. Sobre su cabeza, el sordo golpear de los cojines y el clamoreo de una multitud defraudada. Salió como salen los simuladores.»
Felicito a «El Tío Carlos» por estos trozos literarios. Parece que está uno viendo «los surcos pálidos»; parece que oímos «el sordo golpear de los cojines». En lo que me permito discrepar en lo de calificar a Garza como simulador. Por lo leído, si le dejan, le arrea una estocada al espectador de la buena puntería, que rueda sin puntilla.
A Garza se lo llevan a la cárcel. Allí va a verle un periodista a preguntarle su opinión sobre la corrida. La contestación de Garza no es más que ésta: «¿Qué que digo hoy? ¡Psch! Nada; que si los toros hubieran salido tan bravos como el público, otra cosa hubiera sido.»
¡Caramba con Garza! ¿Conque un simulador, eh, «Tío Carlos»?
El periodista describe la celda que ocupó el preso y dice que es lo de los choferes y de los revendedores. Y añade: «Varios de éstos estaban sentados por ahí sobre los bancos de cemento, mirando, sorprendidos, al torero.» Al periodista acompañó el mozo de estoques de Garza, y al despedirse le dice a don Lorenzo: -«Bueno, matador, mañana le traeremos el desayuno.»

Trae para toda mi cuadrilla -contesta Garza, señalando a los demás presos. Lorenzo Garza nunca ha sido un buen torero. Aquí, en España, si que fué un simulador. Simulaba que mataba con un pañuelo. A la gente le gustó esta, y se hizo rico. Y ahora, pues ya ven ustedes las que arma en su país.
Antonio Diaz-Cañabate.
(*) En la mencionada fecha actuaban, Garza –silencio y bronca- Manuel Rodríguez “Manolete” –silencio y el rabo de “Boticario”-, Arturo Álvarez “El Vizcaíno” pasó desapercibido. Los toros de San Mateo, chicos y de juego variado que propiciaron la reyerta. Emilio Maurer, padre, fue quien ocasionó la bronca".
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