Santo Padre Pío de Pietrelcina
El pasado sábado se cumplieron 55 años del infortunado deceso de San Pío de Pietrelcina, el santo de los estigmas y autor de sinnúmero de milagros en vida y no se diga en muerte. Es uno de los santos más reconocidos por los católicos de todo el orbe debido a sus grandes obras y enseñanzas.
Nació el 25 de mayo de 1887 en Petrelcina, Italia, y falleció el 23 de septiembre de 1968 a la edad 81 años con olor a santidad en San Giovanni Rotondo, Italia. Fue un hombre dadivoso y generoso, siempre preocupado por sus semejantes y el bienestar colectivo, pero sobre todo interesado en mostrar el camino de la salvación eterna.
El Padre Pío de Pietrelcina al igual que el apóstol Pablo, puso en la cumbre de su vida y de su apostolado la Cruz de su Señor como su fuerza, su sabiduría y su gloria. Inflamado de amor hacia Jesucristo, se unió a Él por medio de la inmolación de sí mismo por la salvación del mundo. En el seguimiento y la imitación de Cristo Crucificado fue tan generoso y perfecto que hubiera podido decir “con Jesús estoy crucificado y no vivo yo, sino que Cristo es quien vive en mí”.
El 06 de enero de 1903, cuando contaba con 16 años, entró en el noviciado de la Orden de los Failes Menores Capuchinos en Morcone, donde el 22 del mismo mes vistió el hábito franciscano y recibió el nombre de Fray Pío. Acabado el año del noviciado, emitió la profesión de los votos simples y el 27 de enero de 1907 la profesión solemne.
Depués de la ordenación sacerdotal, recibida el 10 de agosto de 1910, en Benevento, por motivos de salud permaneció en su familia hasta 1916. En septiembre del mismo año fue enviado al convento de San Giovanni Rotondo y permaneció allí hasta su muerte.
Enardeció por el amor a Dios y al prójimo, Padre Pío vivió en plenitud de la vocación de colaborar en la redención del hombre, según la misión especial que caracterizó toda su vida y que llevó a cabo mediante la dirección espiritual de los fieles, la reconciliación sacramental de los penitentes y la celebración de la Eucaristía. El momento cumbre de su actividad apostólica era aquel en que se celebraba la Santa Misa. Los fieles que participaban en la misma percibían la altura y la profundidad de su espiritualidad.
En el orden de la caridad social se comprometió a aliviar los dolores y las miserias de tantas familias, especialmente con la fundación de la “Casa del Alivio del Sufrimiento”, inaugurada el 5 de mayo de 1956.
Para el Padre Pío la fe era la vida: quería y hacía todo a la luz de la fe. Estuvo dedicado asiduamente a la oración. Pasaba el día y gran parte de la noche en coloquio con Dios. Decía: “En los libros buscamos a Dios, en la oración lo encontramos. La oración es la llave que abre el corazón de Dios”. La fe lo llevó siempre a la aceptación de la voluntad misteriosa de Dios.
Estuvo siempre inmerso en las realidades sobrenaturales. No era solamente el hombre de la esperanza y de la confianza total en Dios, sino que infundía, con las palabras y el ejemplo, estas virtudes en todos aquellos que se le acercaban.
El amor de Dios le llenaba totalmente, colmando todas sus esperanzas; la caridad era el principio inspirador de su jornada: amar a Dios y hacerlo amar. Su preocupación particular: crecer y hacer crecer en la caridad.
Sin duda alguna, lo que hizo más famoso al Padre Pío fue el fenómeno de los estigmas, llamados pasionarios (por ser semejantes a los de Jesucristo en su pasión): heridas en manos, pies, costado y hombro, dolorosas aunque invisibles entre 1911 y 1918, y luego visibles durante 50 años desde septiembre de 1918 hasta septiembre de 1968 cuando murió, Su sangre tenía al parecer perfume de flores, aroma asociado a la santidad.
La noticia que el Padre Pío tenía los estigmas se extendió rápidamente. Muy pronto miles y miles de personas acudieron a San Giovanni Rotondo para verle, besarle las manos, confesarse con él y asistir a sus misas. Se trató del primer sacerdote estigmatizado.
Expresó el máximo de su caridad hacia el prójimo acogiendo, por más de 50 años, a muchísimas personas que acudían su ministerio y a su confesionario, recibiendo su consejo y su consuelo. Era como un asedio: lo buscaban en la Iglesia, en la sacristía y en el convento. Y él se daba a todos y a todas, haciendo renacer la fe, distribuyendo la gracia y llevando la luz. Especialmente en los pobres, en quienes sufrían y en los enfermos, él veía la imagen de Cristo y se entregaba especialmente a ellos.
Ejerció de modo ejemplar la virtud de la prudencia, obraba y aconsejaba a la luz de Dios.
Su preocupación era la gloria de Dios y el bien de las almas. Trató a todos con justicia, lealtad y gran respeto.
Sin duda, el Padre Pío es uno de los santos más venerados, cuyo recuerdo vive en la memoria y en el corazón de quienes creemos en él y en su obra divina.
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