BANNER

Historias de peregrinos



La Triste Historia de Tres 
Extraviados “Sanjuaneros” 



Confundieron caminos y 
poblados y ¡llegaron a Lagos!


Sin dinero, hicieron el viaje de regreso 
¡caminando y con vigilia de tres días! 


POR: “LA JERINGA” JR.


A principios de 1976, 3 chamacos, que rondaban los 13 años de edad, compañeros del salón de 2° de la Secundaria Federal N°1 y vecinos de la colonia del Carmen, se aventuraron en “la ida a San Juan”, sin deber manda, solo para presumir entre los compañeros, hombres y mujeres.

Liderados por mi tío materno Jaime Herrera, hoy comandante jubilado de tránsito municipal y más conocido como “El Chícharo”, y Memo Orta (ambos en la foto con Lalo Tavera -izq-) y “El Pipo”, cuyo nombre no recuerdo partieron con el rumbo citado y con el enojo porque no cumplieron su palabra otros “peregrinos que estaban apuntados: Lalo Tavera, Gustavo Aguilera (hermano del Lic. Juan Manuel Aguilera, quien con los años sería Director de Tránsito Municipal en la década de los 80), por no recibieron el respectivo permiso de sus padres.

Así pues, un viernes, tan pronto salieron de la escuela fueron a cambiarse de ropa y con la ilusión de ganarle tiempo al tiempo, no aceptaron ni siquiera el taco que en sus respectivas casas les ofrecieron sus progenitoras, partiendo aproximadamente a las 8 de la noche.

    
                                         Los días de escuela

Todo era dicha y satisfacción entre los imberbes amigos, conforme dejaban atrás pueblos y rancherías según la orientación que habían recibido de personas conocidas que habían realizado dicha travesía.

Tal era su “ansia”, que comenzaron la caminata desde el barrio, en la esquina de las calles Del Carmen y San Alberto, no quisieron ni tomar un camión que los dejara en la salida a México, que era el “partidero” acostumbrado, en primer anillo y Avenida José María Chávez), pasando por el antiguo aeropuerto, hoy Parque Rodolfo Landeros y la comunidad San Francisco del Arenal; y a lo lejos se veía Los Arellano (donde luego se instalaría la primera planta de Nissan)…

En esa aventura que nada le pide a la de El Caballo Blanco “que en un día domingo feliz arrancara”, nuestros caminantes siguieron por Cotorina hasta la terracería para cruzar las famosas “7 vías”, que la realidad es una misma pero en tramos diferentes y que cada año cambia en número, ya que dependiendo del trazo del camino, puede uno cruzar solo una vez los rieles, que corren en paralelo a la carretera, o en otros casos ni siquiera se le ve, lo que trae consigo un total descontrol para los que hacen el viaje por primera.


Así pues, pasaron por la comunidad “El Tigre”, donde se acostumbraba tomar un descanso pero nuestros “héroes” decidieron no parar hasta no llegar a “La Chona”, meta que habrán alcanzado después de aproximadamente cinco horas de caminata. Ahí descansaron cerca de 1 hora, lo que aprovecharon para hacer un análisis financiero, el cual arrojó como resultado un capital común de $10.00 (de aquellos). Para el regreso no necesitaban guardar, ya que el papá de “El Chícharo” traía "El 17“, famoso camión de pasajeros de las décadas de los sesentas y setentas, que era el único que cubría la ruta Tepezalá - Aguascalientes, haciendo paradas en cada pueblo y ranchería a su paso por la carretera panamericana, levantando “pasaje”, principalmente de Rincón de Romos y Pabellón de Arteaga, donde la unidad era conocida como “El Tiburón”, debido a que en la parte trasera del toldo lucía la reproducción de una aleta de escualo, aunque bien pudieron llamarlo “El Delfín”, pero por el duro carácter del chofer, (Andrés Herrera, mi abuelo paterno), prefirieron llamarlo “Tiburón”, lo que además lo diferenciaba de los Ómnibus de México que cubrían la ruta México-Durango.

El hecho es que en la temporada de peregrinaciones de Enero, “El 17” se echaba sus “liebritas” haciendo viajes especiales a San Juan. Era popular en las terminales locales la voz “Pasajeros a San Juan”, pues no todos los “sanjuaneros” hacían el recorrido a pie…

Retomando la aventura de aquellos jóvenes, y después de salir de “La Chona” (recordemos que en esa época no existía la carretera estatal que actualmente conduce a San Juan de los Lagos, siguieron las luces de las casas dispersas que los llevarían a su destino, sin embargo, después de unas tres horas de andar, envueltos por as sombras de la noche, se encontraron con una persona que salía de su casa a esas horas de la madrugada y se disponía a subirse a su camioneta; le preguntaron por la distancia que faltaba para llegar a San Juan, y el hombre, sorprendido (seguramente también se rió o, por lo menos ganas no le faltaron), les respondió que estaban cerquita, pero ¡de Lagos de Moreno!.

El madrugador agricultor se compadeció de los tres tristes peregrinos que, a diferencia de los reyes magos no tenían una estrella que los guiara, y los transportó hasta la plaza de Encarnación de Díaz, pudiendo así retomar el camino, lo cual decidieron después de considerar la posibilidad de regresar en busca del consuelo de su mamá. 

"¡Van en contra"! Pero sólo el que
lleva el morral sabe lo que carga
Pero entonces se percataron que estaban a punto de quedarse sin baterías para sus linternas, y faltaba buen rato para que amanecería. Se abastecieron de las fuentes de energía y salieron rumbo a San Juan, ya más ligeros de pesos”, porque sólo les sobraron ¡dos”, para el resto de su odisea, y sus estómagos no tardaban en recordarles que vacíos no funcionan…

Pese a todo, con los ánimos al tope, reanudaron su andar, pasando por las Santa Marías, tres, como ellos, y demás pueblos que hay que bordear para llegar al Santuario, al que arribaron aquello de las 10:00 de la mañana, ya con menos entusiasmo que a la mitad del camino, cansados, ojerosos y sin ilusiones. Saludaron a la venerada imagen y se fueron a la dizque central camionera, que en ese entonces no era sino una construcción que asemejaba un taller o pensión.

Comprar “suvenir”, ni pensarlo; mucho menos pitos o charamuscas, pues con el dinero que les quedaba apenas les alcanzó para sendos bolillo con vinagre, y sin refresco, así que para deglutirlos tuvieron que recurrir a la antigua formula de los “brincos”, ayudados, claro está con agua de la llave, que en San Juan, recinto de la milagrosa virgen ha de estar bendita, seguramente.

Con los ánimos renovados (haya sido por la satisfacción del deber cumplido, por el agua de la llave, por el bolillo o por el vinagre, se fueron a buscar “El 17”, que no apareció por ningún lado en todo el día y como no estaban en condiciones financieras para escoger transporte, los agarró la noche, viéndose obligados a dormir en algún rincón de la terminal de autobuses, arrullados por el gruñir de la jauría de intestinos que demandaban alimento.

¡Y llego el amanecer del domingo!, y con los primeros rayos del sol comenzó el ir y venir de camiones, y ellos preguntando por “El 17”, y compartiendo (ellos, como el chinito) el almuerzo de los choferes, según cuenta con tristeza y melancolía ”El Chícharo”, a quien desde entonces se le quedó como fijación su gusto por el bistec con papas fritas, que hasta la fecha es su platillo favorito.

Llegó otra vez la noche, y de “El 17” ¡ni sus luces”, por lo que, no quedaba sino ¡regresarse caminando”, no sin antes pedirle “raid” a un operador que conocían por el medio en el que se desenvolvía el papá de “El Chícharo”, platicándole las peripecias por las que habían pasado, pero la respuesta fue un rotundo “no”, a medias, es decir: Al Chícharo sí podían traerlo de “mosca”, pero tendría que dejar a sus amigos. Obviamente se impuso la lealtad y la solidaridad y emprendieron el regreso, a “contracorriente”.

Al llegar a “La Chona”, en la madrugada del lunes, no sin antes escuchar muchas veces “chamacos, van en contra”, con los ánimos muertos y la condición física igual y con el estómago lo que le sigue de vacío (en su desesperación “Pipo” propuso robarse alguna gallina, que ya verían luego cómo convertirla en comida, pero sus compañeros no lo secundaron, con todo y ser de “barrio bravo”, porque se imaginaron lo que les harían si los agarraban.

Así pues, encontrándose en “la Chona” en el amanecer del lunes, decidieron rentar un taxi, conscientes de la regañada que recibirían por hacerles pagar la cuenta María Luisa, hermana del “Chícharo” o mi papá, Chuy Díaz “La Jeringa” (qepd ambos), cuñado de El Chícharo, al cabo que, en todo caso el disgusto no sería comparable con el gusto de verlos sanos y salvos (aunque “trasijados” por la prolongada vigilia).

Y efectivamente: al arribar al domicilio de la Calle del Carmen # 317, en donde ahora es un centro de recuperación de Alcohólicos Anónimos (lo que son las cosas: en esos años hubo “ríos de alcohol” en ese domicilio, debido a que continuamente había fiestas, una finca muy grande, una de las grandes celebraciones ahí fue la boda de mis padres), se encontraban los familiares de los 3 amigos, que compartían con la zozobra por desconocer su paradero.

Después de haber comido “merecidamente” y no obstante la fatiga, se dispusieron para asistir a clases, recordemos que estaban en turno vespertino, y no habrá sido precisamente por su “hambre” de aprender, sino sintiéndose los héroes de la película. 

Más tarde, ese día, se enterarían de que “El 17” cumplió todos los días con su costumbre de echar viajes a San Juan, el autobús 17, hasta dos diarios, sólo que manejado por Andrés, el hermano mayor de “El Chícharo”, quien reacio a pagar la cuota por usar la central camionera, levantaba el pasaje a tres cuadras de ella, sin imaginar que dos días, a unos cuantos metros su hermano y sus amigos pasaban “las de Caín”, sin dinero para el viaje y sometidos a rigurosa dieta de agua y rebanadas de aire.

Aquella experiencia fortaleció de tal manera amistad de los tres tristes sanjuaneros, que siguen reuniéndose con frecuencia para contar sus anécdotas. Yo nomás los oigo y me divierto, ya que son seis años mayores que yo.

(Nota de la Dirección: Jesús Díaz editaba un periódico llamado "La Jeringa", de ahí el mote, que honra el Junior, cuya hija mayor cursada carrera de Comunicadora en la UAA )

















Publicar un comentario

0 Comentarios