"El 14 trae mucha nieve arriba y en los estribos.
–“No, no nieva aquí” -me respondió".
Matías Lozano Díaz de León
El 9 de enero de 1967 se abatió sobre gran
parte del país una nevada que se originó
por un frente bajo proveniente del centro (según "The Weather
and Circulation of January 1967", página 222). En ciudades como
Aguascalientes el volumen de nieve no fue de proporciones tales que causase
problemas, pero en otras ciudades más al norte, como Monterrey, alcanzó un promedio de 50 centímetros de nieve, y en algunas
zonas
hasta 90 centímetros.
“Nos llamaron para salir en el número 7 y
cuando encontramos el 14 en Pabellón -iba Manuel Ortiz de garrotero también- le
dije: Oye, Manuel, está nevando para el norte. El 14 trae mucha nieve arriba y
en los estribos. –“No, no nieva aquí”, -me respondió.
Cuando llegamos a Adames, ya todos los
mezquites estaban blancuzcos. Seguimos y en Palmira estaba el local, y
vimos un compañero revisándolo, traía un
impermeable y se veía cómo caían las plumitas de nieve, como en las películas.
Cuando llegamos a Guadalupe, se veía como el Ártico. Llegamos a Fresnillo… a mí
me llegaba la nieve a las rodillas”.
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Humberto Torres |
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Armando Solís |
Esto me lo platicaron en el 2004 Armando Solís
Verdín, garrotero jubilado, un hombre grandote, delgado que anda siempre por
toda la ciudad en su vieja bicicleta y con un clásico sombrero Dobbs de la
Fifth Avenue; y don Humberto Torres Tavárez, maquinista destacado como lo fue
su padre, don Felipe Torres Loya.
-¿Fue cuando le dijiste a don Benjamín que tú
ibas a examinar el terreno? –preguntó don Humberto. -No, fue a don Juan Flores, un conductor viejo, que
entró en 1905, 1910. No se quería ir y nos demoramos como dos horas en Fresnillo.
Era de esos hombres muy terminantes, que querían que se hiciera todo como ellos
decían. Quería que le ordenaran que se fuera un motor adelante. Yo le dije que
eso no serviría, porque el motor iba a patinar y no avanzaría, por la falta de
peso. Yo el dije que si quería, me iba delante de la máquina. El peligro
radicaba en los lugares donde había cambios de vía, escapes. Yo podría ver las
agujas para saber si había riesgos. Pero no quería. Llegamos a Pescador y haga
de cuenta que estábamos en Canadá. Yo nunca había visto una nevada. Fue el 9 de
enero del 67.
-“Ese día de la nevada en Zacatecas –dice
Humberto-, yo iba al norte con el (tren) directo, el Babal era el fogonero,
Rafael León Loera, y me dice, mostrándome el caminito al lado de las vías, que
había una cosa blanca tirada. Le respondí que quizá a alguien se le abrió un
costal de harina. Pero en eso se levantó y se quedó viendo hacia afuera, y me
dijo, muy seguro, que era nieve. –“Aquí no nieva”, le dije, incrédulo. Pero ya
fijándome, noté que estaban cayendo las primeras plumitas, y al poco tiempo,
alcanzamos la nevada. Vimos cerca de la vía un animal negro, que parecía un
zorrillo, pero al pasar cerca, el animal
movió la cola y se le cayó la nieve; entones vimos que era una vaca negra, que
tenía nieve en todo el lomo.
Yo nunca había visto nevar. Cuando llegamos a
Adames, ya todo estaba cubierto de nieve.
Cuando llegamos a Zacatecas, yo creo que ya habíamos dejado atrás la
nevada, pero mientras hacíamos el movimiento en los patios, nos alcanzó otra
vez. Para cuando llegamos a Guadalupe, no se veía nada que no fuera nieve. Haga
usted de cuenta que era un monte de hielo. Cuando empecé a bajar Zacatecas, ahí
en San Rafael, está la curva de herradura, vimos cuando se quebró un cable de
alta tensión, era una línea triple, de unos cables muy gruesos, y el que se rompió fue el de en medio, y daba
unos chicotazos muy fuertes en la vía, nomás saltaba la lumbre, y en seguida se
reventó el otro cable, el del lado de la
vía. Nosotros temíamos que fuera a pegar en el tren pero no, en seguida se
quedaron quietos y pasamos.
Nos detuvimos en Guadalupe, recogimos las
órdenes e indicaciones de que teníamos que “doblar” (aumentar el número de
carros), y seguimos. Pues, “Obra de Dios y que nos agarre confesados”, me dije.
Ahí hay una hondonada, que nosotros pasábamos a uno 70, 80 o 90 kilómetros por
hora. Interviene Armando Solís, y explica que en el extremo sur está Guadalupe;
en la hondonada está Jerónimo y en el extremo norte, Trancoso. -Pues ahí pasé a
la misma velocidad de siempre.
Me acuerdo que iba Bartolo Quiñones –un
conductor que se ahorcó, tras sufrir un accidente en el camino-, y me dijo:
-“¿Cómo ve, don Beto: alcanzamos a hacer el doblete, o les decimos que a los
tantos carros corten?” –No –le dije-, usted aguante, al fin que las que van a
subir la cuesta son las máquinas. Y, otra vez: “Obre Dios en las alturas, que
las agujas (de los cambios de vía) estén alineadas porque, de lo contrario, nos
vamos para abajo y ya no lo estaríamos contando; y el que tenga miedo, que se
vaya al cabús”. Y ahí vamos, a 90, 95 kilómetros por hora... ¡Nomás temblaba el
tren! Antes de la hondonada está una curva a la derecha, luego una recta y otra
curva a la izquierda, y sigue la loma antes de la bajada.

-Muchas veces –tercia Armando Solís- ocurría
que, aunque no hubiera órdenes, el telegrafista de Jerónimo levantaba la señal
de parar, porque tenía miedo de que un tren se saliera y arrasara las oficinas.
Paraba el tren y el conductor iba a preguntar del motivo, y el telegrafista se
concretaba a entregar una boleta de “no hay órdenes”. “¿Para qué nos parabas,
pues?” –“Porque pasas muy recio”, decía. Pero era necesario agarrar velocidad
en la bajada, para poder emprender la subida.
“Yo salí en el 7, aquí –dice Armando Solís-, y
se quedó anotada la fecha porque en Felipe Pescador, en la terminal, hay una
que se llama Feria del 8 de enero. entonces, para amanecer el 9, empezó la
nevada en la madrugada, según dijeron ahí. La nieve me llegaba cerca de las
rodillas. Cuando llegamos a Fresnillo, el conductor era uno viejo, de los que
anduvieron cuando la Revolución. De Fresnillo ya no quería salir con el 7. Era
uno de esos hombres chapados a la antigua, muy enérgicos, le dijo al
despachador que ya no salía porque la vía no se miraba por ningún lado. Luego
sugirió que se fuera adelante del tren un motor –un armón liviano-, para ir
mostrando la vía, y yo le dije, me metí, exponiéndome a que me dijera que no me
metiera:

Duró tres días nevando. Esa noche me regresé
en el 14 y me tocó otro día irme en el 7, todavía estaba nevando. Para el día
14 en la noche empezó a llover y se acabó la nieve.
“En tiempos normales, el 3 de enero, llegaba
uno con las máquinas de vapor, y todos los escurrimientos del tanque eran puras
candelillas, como velas de hielo. Algunos maquinistas usaban algunas lonas,
pero sólo se protegían el fogonero y el maquinista, ponían la lona y uno de
garrotero, se quedaba fuera. En las máquinas de vapor el aire entraba por todos
lados. Muchos dicen que las máquinas de vapor eran muy bonitas. –Pues sí.
Verlas. Pero no era lo mismo andar trabajando en ellas. En tiempos de frío, por
donde quiera entraba el aire, en tiempos de calor, no se aguantaba el calor del
fogón. Se trabajó a disgusto, sólo que, a mi, me gustó mucho mi trabajo”.
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