Hoy celebramos el II domingo de pascua o también
llamado domingo de la Divina Misericordia.
Tened confianza —nos dice— en la Misericordia divina. Convertíos día a día en hombres y mujeres de la misericordia de Dios. La misericordia es el vestido de luz que el Señor nos ha dado en el bautismo. No debemos dejar que esta luz se apague; al contrario, debe aumentar en nosotros cada día para llevar al mundo la buena nueva de Dios.
En el pasaje evangélico de hoy nos presenta la narración del encuentro del apóstol Tomás con el Señor resucitado: al apóstol se le concede tocar sus heridas, y así lo reconoce, más allá de la identidad humana de Jesús de Nazaret, en su verdadera y más profunda identidad: "¡Señor mío y Dios mío!". El Señor ha llevado consigo sus heridas a la eternidad. Es un Dios herido; se ha dejado herir por amor a nosotros. Sus heridas son para nosotros el signo de que nos comprende y se deja herir por amor a nosotros. Nosotros podemos tocar sus heridas en la historia de nuestro tiempo, pues se deja herir continuamente por nosotros. ¡Qué certeza de su misericordia nos dan sus heridas y qué consuelo significan para nosotros! ¡Y qué seguridad nos dan sobre lo que es él: "Señor mío y Dios mío"! Nosotros debemos dejarnos herir por él.
Que las lecturas pascuales de estos domingos, que comunican el fuego que ardía en la Iglesia Apostólica, nos ayuden a fortalecer una espiritualidad pascual, que tiene como centro la Persona de Jesucristo resucitado. Una espiritualidad entusiasta, alegre, solidaria, que lleva el fuego nuevo de la Pascua allí donde hay frío y oscuridad.
Buona domenica dell Signore. Dio con noi. Pidamos al Señor por todos los que viajan para que tengan un feliz retorno a sus hogares.
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