La
Primera Transmisión fue la Música que
Tocó
la Banda de la Secretaría de Guerra
Por
Matías Lozano Díaz de León
Un
19 de marzo, jueves, del año 1923, se generó en México la primera transmisión
de radio. Eran las 8 de la noche, cuando un joven pionero, José, que así
festejaba su “santo”, de 19 años de edad accionó un pequeño transmisor, luego
de los últimos ajustes a la polarización del bulbo UV 203, y lanzó al aire sus
50 watts por la antena instalada en la azotea de una casa propiedad del coronel
J. F. Ramírez, en el número 95 de la calle del Reloj, que luego cambió a
República de Argentina, en la ciudad de México.
En
ese momento se difundieron por el espacio los acordes de la Banda del Estado
Mayor de la Secretaría de Guerra.
La
inauguración de la que sería la primera estación de radio en México, la JH, por
las siglas del autor –José R de la Herrán se había anunciado en los diarios de
la capital, así que había mucha expectación pues todo lo que se recibía en los
escasos aparatos receptores existentes entonces provenía de otros países.
Desde
mucho antes de la hora anunciada para el inicio de transmisiones de la primera
estación en México estaban encendidos los pocos radios que había en el país, “unos
de "galena", otros de un bulbo y algunos más elegantes, con bocinas
altoparlantes” que permitían escuchar a todos quienes se congregaran en torno
del aparato, pues la mayoría hacían necesario el uso de audífonos, según
crónicas que se han escrito más recientemente sobre aquel acontecimiento.
Al
comenzar a sonar las ocho campanadas inició también el primer programa de radio
que la estación experimental JH transmitía oficialmente, y lo hizo con las
palabras del emocionado coronel J. Fernando Ramírez, que fungía como mecenas y
locutor y le siguió la Banda del Estado Mayor dirigida por el maestro Ro-lón.
Las
crónicas de hace 20 años que recordaban aquel acontecimiento, como la de
Antonio Ruiz, en Revista de Revistas, describían que “en sus casas, los afortunados poseedores de radios
se apretaban los audífonos o se acercaban a los altoparlantes, unos con el
asombro y la incredulidad pintada en sus rostros y otros con la emoción que
siente quien, sabiendo que lo que ocurre es una realidad, la absorbe y la goza
por primera vez.
“La
JH radiaba los acordes de la banda y Guillermo Garza Ramos, ayudante del joven
José de la Herrán, telefoneaba a éste desde la colonia Santa María la Ribera,
para reportarle que la JH se escuchaba desde allí con buena señal”.
¿Cómo
fue posible que hace 63 años pudimos inaugurar una radiodifusora con un
transmisor de 50 watts diseñado y hecho en México cuando en el resto del mundo
apenas comenzaba esta extraordinaria técnica de comunicación?¿Cómo fue posible
que aquel transmisor y los que se construirían más adelante estuvieran basados
en diseños desarrollados en nuestro país con innovaciones tan importantes que
fábricas como la Philips de Holanda estuvieron dispuestas a cambiar sus diseños
de bulbos de alta potencia para adaptarlos a las necesidades de nuestras
radiodifusoras...? escribió Antonio Ruiz, y para contestar a esas preguntas se
remontaba al año de 1916, en la ciudad de México, “cuando el joven de 13 años
José R. de la Herrán llegó feliz a su casa un lunes después de haber conseguido
trabajo como ayudante de tornero en el Taller y Fundición "Las
Delicias", ubicado en las calles del Buen Tono, y entregaba a su madre
doña María Pau su primer "tostón" (moneda de plata de 50 centavos que
circulaba en la época); tostón que mamá María montara poco tiempo después en
una argolla para llevarlo consigo como recuerdo.
Hasta
entonces, la familia de José se había sostenido gracias a la gran habilidad de
mamá María como costurera y a la energía y dinamismo de su abuela doña Magdalena
Oliver, quien era la encargada de llevar a vender los ropones bordados para
recién nacido, las cofias y las demás prendas hechas por mamá María y que, a
juicio de todos, eran verdaderas obras de arte. Con las modestas ganancias así
obtenidas, las dos señoras habían podido costear la educación de José y de su
hermana Rosita, enviándolos primero al Colegio El Pensador Mexicano y después
al Colegio Francés, donde finalmente ambos habían obtenido su diploma de sexto
año de primaria.
Al
terminar la Primera Guerra Mundial (1918), la familia había reunido algún
dinero y así fue posible, que el sueño de José se hiciera realidad y pudiera
partir hacia los Estados Unidos con el objeto de aprender el inglés y poder
entrar a la Universidad Johns Hopkins, en Baltimore, Maryland, por conducto de
un amigo de la familia, el señor Félix Cabello, que daba clases allí de
español. José estudiaría la mecánica y regresaría a encargarse de sostener a
sus queridas madre, abuela y hermanita.
Estos
sueños pronto se vinieron por tierra, pues la depresión debida a la postguerra
en EU y los problemas económicos de la familia en México debidos a la
Revolución hicieron que el joven José pronto tuviera que abandonar sus estudios
y, sin dinero, se viera obligado a buscar el sustento, trabajando en las más
modestas ocupaciones y sin dominar todavía el idioma inglés. Primero,
consiguió un trabajo soldando mangos de acero a sartenes en una fábrica, pero a
los cinco días lo despidieron, pues soldaba tantas, que el sindicato puso una
queja en su contra porque ¡había superado las tasas por hora convenidas!
Todavía
son inolvidables para el ingeniero Ruiz de la Berrán las noches de invierno en
las que, envuelto en cobijas y periódicos, dormía bajo el banco de trabajo de
mister Philip Manya, con quien trabajó después aprendiendo a embobinar motores
eléctricos que entregaba a domicilio.
Fue
en una de estas entregas cuando conoció a mister Tom McNulty, y quedó fascinado
al ver cómo este experimentador transmitía mensajes telegráficos mediante un
transmisor "de chispa" hecho por él mismo y cuyas iniciales eran 3VS.
El impacto que causó en el joven José la posibilidad de comunicarse mediante
las ondas de radio fue tan grande, que de inmediato comenzó a pedir libros
sobre el tema en la Biblioteca Enoch Pratt de Baltimore, libros que estudiaba
después de las horas de trabajo. Llegado el invierno, José fue a trabajar a
Nueva York, como mensajero, repartiendo telegramas, para lo que tuvo que
comprarse una bicicleta en abonos.
Aquel
invierno fue terrible; con un frío tremendo iba José pedaleando entre la nieve
para llevar los telegramas a su destino y así en una ocasión, le tocó llegar a
casa de mister William Jones, que experimentaba con su transmisor telegráfico
"WJ" en la sala. Al abrir la puerta y ver a José temblando de frío
diciendo: "Telegrama para usted, mister Jones", lo invitó a pasar y
mientras aquél leía el telegrama, José, olvidándose del frío contemplaba
inmóvil aquel bulbo cuya luz iluminaba los circuitos del transmisor esparcidos
sobre la mesa. El encuentro fue providencial; mister Jones y José se hicieron
amigos y José dejó los telegramas para dedicarse a aprender radio con mister
Jones, a quien correspondía las enseñanzas pintándole su casa y la verja del
jardín, cuando la primavera lo permitió.
Poco
después conoció a otro pionero de la radio, mister Bowen, quien se iniciaba
como tantos otros en la transmisión inalámbrica; y así preguntando y
aprendiendo de estos radio experimentadores y estudiando en sus horas libres,
pudo José reunir los conocimientos de radio suficientes para iniciarse en la
construcción de pequeños receptores "de .galena" que vendía sin gran
dificultad, pues la demanda de estos aparatos comenzaba su interminable
ascenso.
A
mediados de 1922, habiendo reunido una pequeña cantidad de dinero, emprendió
el viaje de regreso a México, convertido ya en un verdadero experto en las
técnicas de la naciente industria de la radiocomunicación y trayendo consigo
los últimos conocimientos prácticos de entonces, así como una pequeña dotación
de bulbos y partes electrónicas.
Ya
en la ciudad de México muy pronto se difundió la noticia entre los vecinos de Santa
María la Ribera, de que, un joven de 19 años, construía maravillosos receptores
regenerativos de un bulbo, con los que podían escucharse transmisiones provenientes
de miles de kilómetros de distancia. Esto rumores llegaron a oídos del Estado
Mayor Mexicano, y así fue como, mediante el entusiasta patrocinio del coronel
J. Fernando Ramírez, la radiodifusora "JH" lanzó al aire por primera
vez en la ciudad de México, los acordes de la Banda del Estado Mayor de la
Secretaría de Guerra y Marina, aquel 19 de marzo de 1923, santo de José. Esta
memorable transmisión y las que regularmente se llevaron a cabo todos los jueves,
de las siete a las nueve de la noche, eran radiadas desde casa del coronel
Ramírez, donde desfilaron los cantantes más afamados en México, unas veces
acompañados por la banda y otras por pianistas no menos famosos.
Así tuvimos a Juan Arvizu, recientemente desaparecido, cantando, acompañado al piano por doña Ofelia Eurosa, el vals Alejandra; a José Mojica, a la gran soprano María Romero, al tenor Néstor Mesta Chaires, a Marianito Ramírez cantando el prólogo de Palliachi, o a don Francisco de Paula Yáfiez interpretando la cavatina del Barbero de Sevilla. En otras ocasiones se escucharía el coro de la Secretaría de Educación dirigido por Ángel H. Ferreiro y también artistas como Carlos del Castillo, Ricardo C. Lara, Maraca Pérez, la Chacha Aguilar, María Teresa Santillán, María Luisa Escobar y otras voces que se nos escapan de la memoria...
Así tuvimos a Juan Arvizu, recientemente desaparecido, cantando, acompañado al piano por doña Ofelia Eurosa, el vals Alejandra; a José Mojica, a la gran soprano María Romero, al tenor Néstor Mesta Chaires, a Marianito Ramírez cantando el prólogo de Palliachi, o a don Francisco de Paula Yáfiez interpretando la cavatina del Barbero de Sevilla. En otras ocasiones se escucharía el coro de la Secretaría de Educación dirigido por Ángel H. Ferreiro y también artistas como Carlos del Castillo, Ricardo C. Lara, Maraca Pérez, la Chacha Aguilar, María Teresa Santillán, María Luisa Escobar y otras voces que se nos escapan de la memoria...
Las
transmisiones de la radiodifusora JH continuaron todo el año de 1923, siendo
más escuchadas conforme aumentaba el número de radiorreceptores en la capital
y en el mundo entero. Pronto comenzaron a llegar reportes de distintos estado
de la República, y también de Estados Unidos, de América del Sur y de Europa;
estos reportes obedecían principalmente a radioaficionados, quienes enviaban
sus tarjetas a la JH, en la que José R. de la Herrán transmitía
telegráficamente durante las mañanas.
Varias
de estas transmisiones matutinas fueron oídas a fines del año, por la famosa
expedición al Polo Norte realizada por McMillan, quien a su retorno en 1924,
hizo un reporte general de recepción radiofónica.
Fue
así cómo la JH hizo historia en la radiodifusión mundial e hizo aparecer a
México entre los países pioneros de aquella entonces nueva maravilla en el
ámbito de las comunicaciones.
Gloria
para aquellos precursores y gloria para México”.
0 Comentarios