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Los Universitarios Héctor de León



Manuel M. Ponce y una anécdota



Héctor de León
Entre las múltiples relatos que narra don Jorge Olivares Sánchez en su libro “Las palabras que callé”, el aguascalentense arropado por la ciudad de México desde sus años de estudiante universitario, describe un suceso acontecido dentro del marco de la celebración de la Feria de San Marcos, cuando apenas era un chiquillo de 12 años, pero consciente de lo que ocurría  en la ciudad en torno a tan famosa verbena.

Don Jorge describe que la vida es la arena de mil batallas, donde ha ganado y perdido combates. La primera batalla la perdió a los 13 años cuando fue atropellado por un automóvil y se le fracturó una pierna. Su recuperación tardó tres meses, pero a partir de entonces juró luchar ante las circunstancias adversas, con todas sus fuerzas y todos sus sentidos.

Transcurría la ceremonia de entrega de una flor de oro al triunfador de un certamen de poesía. El teatro de Morelos era entonces el mejor escenario para honrar a la reina de la feria con una hermosa poesía, que en aquella ocasión había ganado su tío, el licenciado Ricardo Olivares Carreón. A los familiares del poeta laureado les habían asignado las primeras filas de asientos junto al escenario.

Cuando estaba por llegar la reina se apagaron las luces, quedando únicamente encendidos los reflectores que iluminaban el estrado. “En ese instante se aproximaron a mi lugar una pareja de personas mayores, elegantemente vestidas, lo más llamativo de él era su abundante cabellera blanca y su gesto amable, solicitándome que les dejara los dos primeros asientos. De momento me resistí, pero mi hermano mayor, con gesto de mando, me obligó a hacerlo así; el señor ocupó mi asiento y ella el siguiente.

“En el micrófono una voz: En estos momentos hace su entrada a este teatro su graciosa majestad Lupita Primera y su comitiva. La gente aplaude y se ponen de pie, los reflectores la siguen desde su entrada hasta el trono. Yo, sumiso, las veo pasar por sobre los hombros de las personas que habían ocupado mis asientos.

“Se apagan nuevamente las luces, se oyen ruidos en el escenario, se encienden los reflectores y en el centro del estrado, casi al pie del trono, se encuentra un piano de cola, iluminado en forma circular por uno de los reflectores, otro desplaza su luz hasta llegar al señor de pelo blanco que ocupaba mi lugar. Se pone de pie, el público se levanta y lo aplaude y los acompaña con su aplauso hasta que llega al piano. Le hace caravana a la reina, toma el micrófono, cesa el aplauso y con su voz un poco apagada por la edad, le dice: “Majestad en su honor por su juventud, belleza y simpatía”.

El hombre de pelo blanco se sienta al piano y empieza a tocar con una sensibilidad impresionante, las primeras notas de “Estrellita”. A la persona a la que se había resistido a cederle ese lugar en el Teatro Morelos, no era otro más que el compositor excepcional Manuel M. Ponce. (hmdeleon@terra.com.mx)

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