Héctor de León
Hace cuatro décadas, ni siquiera los más optimistas, tenían la visión de que en el 2015, la Universidad Autónoma de Aguascalientes estaría considerada como una de las universidades públicas más importantes de México. Desde luego que el lugar en un supuesto ranking sería extraordinariamente difícil establecerlo, pero basta con reconocer los testimonios de calidad académica que ha recibido la Universidad a lo largo de su trayectoria.
En los inicios de la Universidad no se tenía, ni por equivocación, una partida regular de subsidios establecidos por parte de la Federación ni del Estado, porque dicha asignación de los dineros se hacía acorde a la buena voluntad de los gobiernos y a la capacidad de gestión de los directivos de nuestra casa de estudios, con un difícil papel puesto que como era obvio, la Universidad de Aguascalientes no era del todo conocida, así presumiera de su organización departamental, que era diferente al sistema tradicional de las universidades que estaban bien definidas por su estructura de escuelas y facultades.
Para citar una fuente económica referente, en el año de 1974 la UAA había ejercido un presupuesto total de escasos 18 millones de pesos, en donde se tenía considerada la inversión de más de tres millones de pesos que fueron destinados a la construcción de aulas y laboratorios en la incipiente Ciudad Universitaria.
Años en que prácticamente todo lo que representaba la Universidad se concentraba en dos edificios: el central y el contiguo los que todavía no se conocían como "Coronel J. Jesús Gómez Portugal" y "19 de Junio". Me parece como un sueño esta retrospectiva de que la UAA estaba metida en un puño, con el lujo de dos instalaciones fuera, como lo eran la Secundaria –ubicada en el jardín de La Estación-, y el Bachillerato, a unos cuantos pasos de las instalaciones de Pemex.
No había ni quinto para la compra de mobiliario en las oficinas administrativas; las cantidades más fuertes estaban destinadas a la construcción de lo que pronto sería la Ciudad Universitaria. En ese año se erigían dos nuevas aulas en el Bachillerato, porque otras dos eran utilizadas en la impartición de materias de las carreras de Arquitectura e Ingeniería Civil. Asimismo, se construían bodegas y almacén en la CU. Otra parte del presupuesto se destinaba para equipamiento de laboratorios y talleres.
En las oficinas compartíamos esquinas de escritorios, o bien, era un lujo disponer de una mesita –con un pequeño cajón abajo-, y una silla, ambos con una placa en donde destacaba la firma de la empresa: "J. M. Romo", por cierto que habían sido donadas primero a lo que fuera la Escuela de Comercio y Administración.
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