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La Reforma Político Electoral Puede ser un Frankestein




  

Advierte Varona que si fracasa representaría un grave retroceso del Estado Democrático

 

 

"La propuesta de reforma político-electoral que hoy debatimos sí podemos calificarla de trascendente porque contiene un cambio radical: el tránsito de un régimen federalista a un régimen centralista en materia electoral. Y es un hecho de la mayor relevancia ya que significa una contradicción de fondo ante la definición constitucional de una república federal. Y si el  federalismo real que hemos vivido está contrahecho, cuidémonos de que esta nueva forma de centralismo no llegue a ser un adefesio que engulla la democracia.


Sin duda, la reforma pretende ser una respuesta a las imperfecciones  y a la crisis de la democracia representativa. La cuestión, entonces, es si estas reformas son las correctas y si constituyen, por tanto, la solución más idónea. Ante la realidad del mandato constitucional no queda otra opción más que ponerla a la prueba de la historia. La experiencia acreditará con certeza sus virtudes y sus defectos.


Pero es totalmente  previsible que si estos cambios fracasan, corremos el riesgo de frenar, ya no digamos impedir, el Estado democrático bajo el signo de la justicia social que hemos anhelado a lo largo de más de dos siglos de historia.


Los integrantes de esta Legislatura hemos escuchado la crítica del pueblo que rechaza la diatriba y nos exige razones; que repudia el oportunismo mercadotécnico y nos demanda asumir las causas del ciudadano. Estamos logrando, con esta reforma, avanzar en los caminos de la democracia parlamentaria, lejos de la suma de monólogos y, en su lugar,  fortalecer la del diálogo que sabe escuchar y entender las reflexiones de los otros, y así alcanzar los acuerdos necesarios a fin de legislar con audacia pero con pertinencia.

 

 

Hemos sido capaces de admitir que nuestra idea de reformas no son las únicas  reformas posibles. Hemos coincidido en no exigir ni a imponer, sino a comprometernos con Aguascalientes. Este es un mérito mayor y motivo de reconocimiento a todos los integrantes de esta honorable representación de la soberanía popular.

 

Vivimos tiempos de complejos desafíos que nos imponen transformaciones de largo alcance. Debemos asumirlos enriqueciendo las libertades, los derechos humanos, la democracia y la ética pública. Por tanto, no es tema de  más leyes sino de mejores leyes, cuya sabiduría radique en el bien mayor para la existencia de la comunidad en paz y armonía, con justicia y equidad.

 

A nuestra democracia, todavía en germinación, deben reconocerse varias virtudes. No puede descalificarse ni sacralizarse de manera absoluta: tiene deficiencias pero funciona, y la muestra  radica en la alternancia en la república, en los estados y en los municipios, la pluralidad en el congreso nacional y en los congresos estatales, así como en los ayuntamientos, y con ello y por ello, ha prevalecido  la estabilidad política. Sin embargo, no nos ha llevado al desarrollo social con justicia que ilusamente esperábamos.

 

La creciente inconformidad popular y la  inestabilidad social –que evidentemente existen--  obedecen no al déficit en el funcionamiento del sistema político-electoral, sino a las desigualdades e injusticias que provienen del sistema económico de mercado. Y es que éste ha impuesto su ética y sus reglas a la democracia, cuando debiera ser justamente a la inversa: que la ética de la democracia fije las reglas al mercado que piensa en clientes no en ciudadanos libres y con derechos. De otro modo, como estamos subsistiendo  en todo el planeta, los excesos del mercado están arrasando con la democracia y, con ella, a toda forma de convivencia social basada en la justicia.

 

La cuestión esencial consiste, entonces, cómo diseñar un sistema democrático (el cual, como sistema, es mucho más que el proceso electoral, ya que implica  una visión integral como lo dispone el artículo tercero constitucional),   que modere las limitaciones de la democracia representativa y establezca mecanismos reales, más que formales, de control del poder político y del poder económico.  

 

 

Es decir, el tema ya ineludible hoy en día no sólo es el de los contrapesos al poder político sino al poder económico (y en este caso, cabe pensar tanto en el que  actúa dentro del margen de la legalidad como al que opera en la clandestinidad, así como al punto de contacto entre ambos). En todo ello, debe precisarse que tanto la democracia representativa como la procedimental son necesarias como punto de partida del sistema democrático social.


Debemos subrayar que lo más importante es perfeccionar la democracia;  fortalecer la presencia y la participación del ciudadano libre, que es el núcleo y la razón de ser de  todo proceso democrático. La gente deja de creer  en la política porque  la política carece de alma, y carece de alma cuando olvida que su misión es  el deber de servir; cuando olvida que la política es el poder para servir y no para servirse.


La democracia es acción que requiere del pensar y del sentir. Sin  pensarla y sin sentirla la democracia no es sino cascarón vacío. Por ello Morelos habló de los sentimientos de la nación como fundamento de la democracia de la nueva república.  La democracia  es  un ser colectivo vivo  que tiene conciencia, que piensa y es sensato no sólo porque es inteligente sino porque es sensible. La democracia es creación de los ciudadanos libres pero la democracia misma crea los ciudadanos libres. La democracia es obra de los ciudadanos y a la vez  la democracia forja a los ciudadanos.


La democracia no es el diálogo, sino que es el diálogo el que impulsa la democracia, el que hace que los ciudadanos se civilicen y se humanicen  porque interactúan y se interrelacionan. La democracia funciona cuando se logra hacer coincidir  la inteligencia de la voluntad, la ética del compromiso  y  la fuerza de  las razones.


La democracia se sustenta en la voluntad ciudadana que  opera a partir de dos fundamentos, uno cualitativo y otro cuantitativo. El cualitativo es el diálogo, la concertación y el compromiso; el cuantitativo es la regla de la mayoría. Se requiere de ambas para que no pierda eficacia y cumpla su objetivo de justicia, equidad  y buen gobierno.


Debemos comprometernos a impedir toda forma de cinismo, que florece cuando nadie cree en  lo que dice ni en lo que hace, ni se toma en serio ni sabe lo que pretende ni a lo que aspira. Es ahí cuando no fructifica el diálogo porque es un concierto desafinado de multitud de monólogos en los cuales no importa lo que se piensa, ni lo que se quiere ni lo que se espera.


La democracia por sí misma no tiene sentido, éste, el sentido de la democracia, hay que construirlo y mantenerlo vivo, pero ello exige un trabajo colectivo, impone una cultura de corresponsabilidad y sensatez.

A la democracia podemos abordarla desde cualquier parte y en cualquier circunstancia, siempre y cuando abarque a toda la comunidad, cuando se ponga en ella todo compromiso y toda confianza, como obra que debe ser cumplida, viviendo la democracia no cómo es sino cómo quisiéramos que fuera, transformándola como deseamos que sea, como si ya estuviéramos en el futuro que siempre posponemos por la prosaica incredulidad del presente.


Al menos así podríamos forjar un método para cambiar al mundo y, con la voluntad ética puesta en acción, ponerle un poco de belleza a la democracia. Hacer de la democracia una práctica ética y un objeto estético porque creemos en ella sin trampas, sin sacar provecho, sin pervertirla ni depravarla, porque eso le restaría humanidad. Y en eso estriba, precisamente, la estética de la democracia en que humaniza a los ciudadanos y civiliza a la humanidad.


Para concluir me permito una reflexión más: pese a la reforma nacional ya en vigor y más allá de esta reforma que estamos en vías de cristalizar, el debate no concluye y continua abierto, al igual que muchas otras cuestiones esenciales para el pueblo y para la república".


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