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El Circo y los Derechos.




Panem et circenses.

Juvenal

 

Alan D. Capetillo Salas

 

 

Se discute en estos días en el Congreso del Estado la idea de prohibir los espectáculos circenses que involucren animales, lo que en la práctica supondría acabar con el espectáculo circense en el Estado.


Es muy difícil separar el concepto de circo de la idea de un espectáculo con animales. Es posible pero no resulta fácil dada la conceptualización clásica del espectáculo circense.


Desde luego, existen diferencias de grado; No todos los circos mantienen a sus animales en las condiciones de vida de las que tanto se escandalizan los amantes de los animales. De hecho, en mi concepto, la mayoría de estas empresas proveen a sus animales mejores cuidados y condiciones que los que se pueden ver en cualquier rancho, granja o ganadería, respecto de los animales tradicionalmente reconocidos como domésticos.


También es verdad que muchas de estas especies, dadas las condiciones en que se encuentra su hábitat natural, hoy en día, no sobrevivirían por mucho tiempo fuera del cautiverio. Paradójicamente es su instrumentación en el espectáculo circense lo que les ha permitido sobrevivir.


La primera discusión es donde empieza y donde termina la denominada violencia contra los animales. Ponerle la rienda a un caballo, ordeñar a una vaca, amaestrar un perro, encerrar a un pájaro en una jaula, sacrificar a un becerro, torear un toro. ¿Cuál es la regla? ¿Cuál es la naturaleza de lo que deseamos prohibir? No queda claro.


Existe normatividad y mucha legislación, normas oficiales mexicanas, incluso convenciones internacionales. A fin de cuentas los políticos están siempre listos en convertir en legislación y "derecho", cualquier disparate que suene políticamente correcto y "progresista". Todo sea por llamar los reflectores. Pero el punto no es ese.


El punto es la legitimidad moral y ética de una idea de esta naturaleza. 


Toda discusión legislativa es en el fondo una discusión ética, es decir una reflexión ponderada respecto de las ideas de lo bueno o malo,  lo justo o  injusto, lo correcto o incorrecto, lo moral o inmoral aplicadas a una acción, fenómeno o conducta humano respecto de sus semejantes.  


Los derechos son concepciones morales que han sido cuidadosamente analizadas por la ética. No todos los derechos están en la ley, ni todo lo que dice la ley es en verdad un derecho.


En núcleo duro de toda la ética occidental y por extensión de todo el derecho se resume en eso que Kant denominó «imperativo categórico» es decir: «Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin, y nunca sólo como un medio», o lo que es los mismo: respeta a tus semejantes.   


Solo los seres humanos tienen conciencia clara de sí mismos y de su propia existencia. Esto los dota de libre albedrio y por extensión de dignidad, es decir, los convierte en un fin en sí mismo, que jamás puede ser instrumentalizado contra su voluntad para los fines de sus iguales y por tanto los convierte en titulares de derechos. Evidentemente nada de esto aplica a los animales.  


Tener esto claro es particularmente importante en las discusiones parlamentarias. Máxime cuando vivimos en un país dominado por el positivismo jurídico, es decir donde rige la equivocada idea, de que ley es igual a derecho.


Los animales no tienen derechos. Decir que los animales tienen derechos es una forma incorrecta que expresar una idea diferente. Cuando algunas personas hablan de los derechos de los animales, lo que en verdad intentan referir es que, en su concepto, el resto de las personas deberían de abstenerse de realizar conductas que en su concepción resultan inmorales. 


Pero una vez más, la moralidad y la inmoralidad solo juzga las acciones de una persona respecto de sus semejantes (los demás seres humanos), y no respecto del resto de entes y criaturas de la existencia. Es perfectamente legítimo que existan personas para las que el espectáculo circense resulte en todo caso de "mal gusto" o inapropiado, pero la realidad es que en ningún sentido violenta los derechos de nadie.


Los humanos son animales. Es cierto, pero solo en el sentido biológico, no así en la perspectiva de la reflexión moral en la que se     fundamenta todo derecho.


Ningún ser humano puede ser un objeto en ningún caso, la conciencia clara de su propia existencia lo provee de dignidad, es decir del valor intrínseco a sí mismo. Toda la moralidad está anclada al concepto de dignidad; la moral y en consecuencia el derecho, solo refiere a las relaciones entre seres iguales en dignidad.


Es natural, y muy humano, desarrollar sentimientos de empatía, apego y cariño hacia los animales, pero de eso, no se sigue, que algunas personas tengan el derecho a imponer restricciones a la libertad de los demás en función de esas nociones. No existe contradicción entre profesar amor a los animales y procurar su protección, y sostener que -en términos estrictamente lógicos- los animales no tienen derechos. 


Son dos categorías conceptuales completamente diferentes. Los animales no tienen derechos, pero cada persona tiene el derecho a protegerlos, siempre y cuando con ello no violente el derecho de otra persona. En el caso que nos ocupa, prohibir el uso de los animales en los circos, violenta el derecho que cada persona tiene de ir libremente a ver ese espectáculo, así como el derecho de aquellos que hacen ello una fuente de ingreso perfectamente legítima.


Si se considera todo lo anterior fácilmente salta a la vista que prohibir el uso de los animales en los espectáculos circenses no es muy diferente de la descabellada idea de prohibir la producción, distribución y consumo de drogas entre personas adultas. 


La falacia para sostener ambas posturas es exactamente la misma: elevar una noción respecto del buen gusto al rango de absoluto moral, buscar violentar a través del Estado la libertad de los demás para adaptar su comportamiento a los cánones de lo que yo considero deseable.  


No se trata de hacer una apología del mal gusto, la violencia y el sadismo. Es perfectamente válida la intensión de transmitir y concientizar a los demás respecto a una forma de ver el mundo. Es indiscutible el derecho de los así llamados defensores de los animales, a invitar a los demás a reprobar las practicas que consideran indeseables, pero no por ello es válido que intenten imponer la rigidez de sus criterios a los demás y mucho menos pretender disfrazarlos con el manto de la Ley, para después presentarlos como Derechos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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