Los periodistas de ayer (LXXXI)
La trayectoria periodística de Salvador Rodríguez López es indiscutible y reconocida por propios y extraños, no se diga de sus propios colegas, no obstante que el gremio de los informadores es muy singular, pues la mayoría, con sus raras excepciones, nos creemos infalibles y los mejores reporteros del mundo o de la comarca. Muchos de nosotros estamos sobrados de soberbia y autosuficiencia, es la verdad, aunque duela.
Mencionaba en el artículo anterior que, entre Salvador Rodríguez López, Fernando Lozano Galindo (QEPD) y el autor de este espacio, existía y perdura una gran amistad, pero también una creciente competencia y rivalidad profesional, pues cada uno defendía su trinchera y su respectiva casa editora.
Esto originaba también puyas y chascarrillos subidos de tono entre nosotros. Por ejemplo, una manera de contrariar a los otros era que un servidor les dijera a Salvador que era reportero de “El Birrialdo” (sic) o de “El Burraldo” (resic), a Fernando que era representante del “Burrocálido” (otra vez sic) y a mí me molestaban con que pertenecía a “El Sol del Cuento” (resic). Así era nuestras pugnas, aunque sin llegar a más.
Como les decía anteriormente Chava regresó como el hijo pródigo a la redacción de El Heraldo, bajo el mando de ese gran director don Leandro Martínez Bernal (QEPD), maestro de decenas de periodistas, y de Francisco Gamboa López, quien ese entonces fungía como jefe de redacción de ese diario y segundo de abordo.
Ahora incursionó en la primera sección, donde permaneció hasta hace poco tiempo cuando una enfermedad lo colocó en grave estado de salud y su convalecencia ha sido larga y prolongada.
Cubrió numerosas fuentes hasta llegar a las principales como Gobierno del Estado y Congreso local, además de otras.
A Salvador le interesó investigar sobre los túneles que se encuentran todavía debajo de la ciudad y de otras cabeceras municipales como Asientos. Se dio a la tarea de hacer labores de investigación, realizar entrevistas y trabajos de campo. Los reportajes aparecieron en las páginas de El Heraldo durante varios años. El interés de Chava era que las autoridades estatales restaurarán y rescatarán esos vestigios históricos, pero ello nunca ocurrió.
Salvador recuera que fueron incontables los reportajes publicados bajo su autoría. Particularmente rememora que una vez que se agotó el tema aquí en la ciudad, “fuimos a Asientos dos fotógrafos y un servidor por parte del periódico. Acudimos a la Presidencia Municipal con el alcalde José María Lechuga, a quien le planteamos lo que queríamos”, añade.
Y prosigue:
“El problema era comenzar y el alcalde nos informó que al parecer en el interior de la llamada Casa del Minero hay un túnel, pero la situación es que el inmueble está cerrado, tiene cadenas y candados, pero ahorita vemos lo que hacemos. Entonces pidió unas escaleras prestadas de metal, nos brincamos y nos metimos a ese espacio, porque los dueños de la finca estaban en San Luis Potosí, y ya en el interior comenzamos a buscar y se nos pegó un señor, una persona morena y de baja estatura que había sido minero, y allí anduvimos viendo hasta encontrar un hueco, descendimos y para bajar tuvimos que amarrar dos escaleras, una vez adentro encontramos una bóveda, una especie de cámara que tenía forma de flor como de trébol, y en esa flor había abajo unos huesos como de infante y una calaverita, y no oculte mi sorpresa por ese hallazgo”.
Detalla que cuando iban a bajar nos dijo el minero, “yo también bajo por si ustedes encuentran algo”. Y ya en la profundidad opté por mejor subir, a la vez que el presidente Municipal nos señalaba que lo que estaba en el interior no lo podíamos levantar ni recoger, lo cual aceptamos pues nuestra intención no era quedarnos con algo.
Luego encontramos otra finca que tenía otro túnel, a dos cuadras de Palacio Municipal de Asientos, que supuestamente se extendía hasta la orilla del lado poniente de la cabecera municipal. Esta vez no pudimos bajar al túnel, pero sí lo hizo el alcalde en compañía de otras personas, y al salir el funcionario me presumió que se halló tres monedas de oro, y decía que era el tesoro municipal.
Le advertimos que guardara bien esas monedas y aseguró que nunca ocurría eso, pues al final resulta que se le extraviaron o se las robaron, menciona Salvador.
Por cierto, el reportero gráfico que le acompañó en esa investigación fue Francisco Guerrero Martínez, quien falleció muy joven.

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