Parte II
"Reveló" la ubicación de un tesoro y que “correría sangre”./ El periodista Everardo Brand Partida, testigo y
protagonista, refirió la historia./ La
fábrica absorbió muchas fincas, como la casa de José Manuel Valdés Barraza, tío
de Antonio Aguilar, y el teatro La Temperanza.
POR
Matías Lozano Díaz de León
Parte
Final
Las
permanentes negativas de Jesús María Romo a cambiar la ubicación de su fábrica
y las versiones que se manejan acerca de cómo se hizo de las fincas aledañas
hasta lograr una enorme concentración de terreno urbano, robustecen la teoría
de que el verdadero negocio del magnate de los muebles cromados era ¡la
búsqueda de tesoros”.
Precisamente
el terreno donde se asentó el edificio de siete pisos que se derrumbó la tarde
del 12 de mayo de 1988 tenía características muy especiales que lo hacían
susceptible de un accidente; eso lo sabían quienes le vendieron la antigua
finca a JM Romo –los hermanos Brand Partida: Jorge, conocido médico de la
localidad, y Everardo, reconocido periodista, ex reportero de El Sol del
Centro, pero el industrial no quiso escucharlos.
¿En qué año le vendieron la casa a Chito Romo?
“Un año
antes del derrumbe. Jorge mi hermano le quería informar a Chito Romo, que había
tres capas de tepetate, pero no quiso entenderlo nunca. No quiso oir. El lo que
quería era el inmueble, por el tesoro, y parece que construyó sobre la primera
capa de tepetate”.
¿Cómo descubrieron ustedes que eran tres capas de tepetate?
“Por una
razón muy sencilla. Mi papá fue el primero que escarbó, y encontramos, en la
parte de atrás, en el fondo de la casa, unas escaleras labradas en el mismo
tepetate, y llegamos a una capa de tepetate, a unos 3 o cuatro metros del piso,
y al ver que no había nada de lo que esperábamos encontrar, el “maistro” que se
encargó de escarbar con otros tres o cuatro albañiles, aventó el pico contra el
costado oriente de donde se encontraba parado, y se desprendió una especie de
enjarre y quedó al descubierto una losa de cantera; la jalamos y había una
especie de túnel, una perforación como de dos metros en forma horizontal, que
llegaba hasta la parte superior de una noria, y seguimos hacia abajo, quizá
unos 12 ó 14 metros, y el fondo del pozo era el techo de una habitación, un
cuarto, amueblado, con muebles viejos, los alcanzamos a ver por un agujero que
se abrió al momento en que el “maistro” golpeó el piso, y ya no pudimos ver
más, porque alguien encendió un cerillo para prender un cigarro y se produjo un
flamazo muy feo, por los gases que se habían acumulado en aquel sitio. Debido a
ello, mi padre ya no quiso saber más de lo que pudiera haber, por el peligro
que entrañaba. Para entonces, Chito Romo ya le había hecho varias ofertas, muy
buenas, por la casa, a mi padre, pero nunca le quiso vender.
“Poco
después mi hermano Jorge, que había terminado la carrera de Medicina, me invitó
a México, iba a gestionar su título, y lo acompañé, íbamos con la idea de estar
allá una semana y sin embargo, el mismo día que llegamos arregló su asunto y
aprovechamos para visitar una tía. En la tarde me dijo: -“Vamos a La Merced a
tomarnos un chocolatito con unos churros”, y nos fuimos. Para nuestra sorpresa,
en lugar de encontrar la vieja finca donde dos meses antes mi hermano Jorge
había estado tomando chocolate con churros, hallamos una construcción
relativamente nueva, pero de varios años de haber sido construida.
“Mientras
tratábamos de hallar una respuesta, vimos en la finca adjunta un letrero que
anunciaba un “Centro Espiritualista” y entramos, con la intención de preguntar
por la churrería. Estaban ahí dos o tres tipos de aspecto muy raro, con los
rostros demacrados, como si los hubieran maquillado, y nos recibieron con mucha
amabilidad. Al poco rato ya estábamos sentados en torno a una gran mesa,
tomados todos de las manos, con una mujer dirigiendo la sesión espiritista.
"En
un momento dado la dama interrumpió su concentración, para hacer la
observación de que alguien de los presentes no estaba tomando la sesión con la
debida seriedad, y supusimos que se refería a nosotros, así que nos esforzamos
para que el evento continuara. No tardó mucho la mujer en comenzar a
convulsionarse, a la vez que hablaba como si sostuviera un diálogo con una
persona invisible. Lo primero que oímos a o la mujer, y que era como si
repitiera lo que aquel ser invisible le decía, fue: -“Sí, hermano, veo una
casita en el centro del país... un número 16 en su fachada... calle Minerva...
lo que buscan está bajo el alféizar de la tercera ventana, pero sacarlo va a
costar mucha sangre”.
“¡Ya te
imaginarás el impacto que aquellas palabras causaron en nosotros! –relata
Everardo Brand, y continúa: -¿Cómo podía saber aquella mujer, que la que es
ahora calle Vicenta Trujillo, tuvo antes el nombre de Minerva? ¡Máxime que muy
pocas personas en Aguascalientes lo sabían!, expresa con emoción el ex
reportero de El Sol del Centro.
“Después
de lo sucedido con la médium, más se convenció mi hermano de que no debíamos
seguir buscando aquel tesoro porque, aunque para entonces ya sabíamos en donde
estaba, también sabíamos, lo aceptáramos o no como cierto, que aquella
“relación” traía aparejada una desgracia.
"¡Lo que
decidimos fue vender aquella casa, a quien tanto interés había mostrado en
ella, a Chito (J.M. –Jesús María-) Romo,
y se la pagó muy bien a mi hermano”.
¿En qué fecha vendieron esa casa? -pregunto a "Valo" Brand.
“Un año
antes del derrumbe. En la mera esquina, por el lado de la calle Colón, había
otras dos casitas que compró Jorge mi hermano; y por el lado de la calle Vicenta Trujillo había una tienda, que se
llamaba “La Palanca”, era de un hermano de Genaro, que fue regidor y anduvo
mucho tiempo en la política. En seguida había un cuartito, que se le rentaba a
un zapatero y luego estaba la casa, la número 16 de la antigua calle Minerva,
que empieza en José María Chávez y desemboca en la calle Díaz de León. Todo ese
terreno fue lo que mi hermano le vendió a Chito Romo. La casa marcada con el número 16 de la
antigua calle Minerva, hoy Vicenta Trujillo, medía 16 metros de frente por unos
20 metros de fondo y fue donde se
registró el derrumbe, que costó la vida a 14 personas, el jueves 12 de mayo de
1988”.
En
seguida de la casa 16 de la calle Minerva estaba, según recuerda Everardo Brand la casa propiedad de unos señores Martínez; seguía la de Guildo, también de
apellido Martínez, y luego el histórico teatro “La Temperanza”, todo lo cual
fue absorbido por la fábrica de muebles cromados J. M. Romo.
Everardo Brand recuerda otro hecho que pudiera
ser el origen de la afición de Chito Romo por los tesoros, las “relaciones” o
“entierros”: En la
casa de la esquina de Díaz de León y Minerva –hoy Vicenta Trujillo- tenía una
casa con una enorme huerta don José Manuel Valdés Barraza, tío de Antonio
Aguilar, que era Antonio Aguilar Barraza. “El que sabía de caballos era José
Manuel Valdés, él se los amaestraba a Antonio Aguilar y le vendía muchos
caballos. Fue, asegura, el primero que se dio el lujo de rejonear a la mexicana,
claro, muy burdamente, sin mayores técnicas, debió ser allá por el 58, cuando
se firmó aquí la película “El Ultimo Atardecer” –y menciona a los artistas que
intervinieron-....
“El
hecho es que su casa casi colindaba con la huerta de La Temperanza y con la
calle donde vivía Mateo de Loera, que fue jefe de la Policía Judicial del
Estado. Esa casa, la de José Manuel Valdés, también la compró Chito Romo. Unos
días después de que tomó posesión de la propiedad, habrá sido entre 1952 y
1954, andábamos varios muchachos jugando en las azoteas de las casas, todavía
estaba el teatro, y vimos a Chito Romo y su hermano Juan María caminando por la
huerta. En un momento dado Chito se
tropezó con una cadena que estaba al ras del piso, semienterrada, y cada
extremo estaba agarrado a un cazo, ¡yo lo vi, no me lo contaron!, –subraya Everardo-, pero Chito Romo en ese momento se
hizo disimulado y siguió caminando, luego de medio tapar con tierra aquella
cadena. ¡Fue de los primeros "entierros" que halló Chito Romo”!
(Posteriormente,
Juan María se separaría de Chito y establecería su propia fundición)
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