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El fariseo y el publicano. Padre Gandhi

Muy buenos días mi querida familia.



Este domingo XXX del tiempo ordinario celebramos el día mundial de las misiones.

Delante de Dios quedan en evidencia lo bueno, lo malo y lo feo de nuestras vidas. Conoce nuestras acciones y omisiones, lee en lo más profundo del corazón las motivaciones que nos impulsan a actuar. Los seres humanos tenemos una gran capacidad para justificar nuestros comportamientos, y somos ágiles para encontrar atenuantes y disculpas. Pero para Dios todo este cúmulo de mentiras o de verdades a medias se cae como un castillo de naipes. Es imposible aparentar o mentir.

Este potente mensaje sobre la justicia de Dios es reforzado por la parábola del fariseo y el publicano que hoy nos presenta el evangelista Lucas. La oración que cada uno dirige a Dios permite explorar la intimidad de dos personalidades opuestas, que hacen evaluaciones completamente diferentes de sus modos de actuar, y de relacionarse con Dios y con las demás personas.

El fariseo se siente perfecto. No tiene nada de que arrepentirse. Si algo ha fallado en su vida, ha sido responsabilidad de los otros. Su Yo narcisista lo lleva a una confesión demencial: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano”. Esta oración muestra una personalidad carente de autocrítica, que siente un profundo desprecio hacia los demás, a quienes considera inferiores.

Esta oración del fariseo constituye un total desenfoque teológico pues él no entiende que la justificación es un don de Dios, sino que la considera como algo que se ha ganado con las acciones que ha realizado: “Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias”.

Por el contrario, el publicano sí había entendido que la justificación es un don y no un premio que podamos exigir. Su actitud muestra una total docilidad y apertura a la acción de Dios: “El publicano, en cambio, se quedó lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho diciendo: Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador”.

No podremos ser salvados si no reconocemos nuestra condición de pecadores. Aquí radica la diferencia insalvable entre la teología de los fariseos y el anuncio de Jesús. Los fariseos creían que la salvación era un resultado exigible si cumplían los preceptos de la ley. En una visión diferente, el Nuevo Testamento nos enseña que la salvación nos viene de Jesucristo, que es el camino, la verdad y la vida.

Buona domedica dell Signore. Dio con noi.

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