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Las peluquerías en Aguascalientes

Hoy, 25 de Agosto es
Día del Peluquero


El de Barbero, un Oficio que el Tiempo ha Transformado


Jesús Márquez Valdez 

-“Hay barberías aquí cerca?

-A pilas. La de don Ramón en la Plaza de las Tunas, la de don Alifonso (santigüándose supersticiosamente), en el Callejón de las Animas y luego en la Calle de las Barberías.

-Hay calle de ese nombre?
-Ai cerquita, aluego luego.
Y apunta a cierto rumbo.
-Cuanto cobran?
-Pos, asegún. En unas, tlaco; en otras, cuartilla; en las meras güenas, medio.
No le seduce al jurisperito la baratura y teme tener que competir con Sansón.
-¿Y cual es la mejor?
-Pos la de don Pancho Esparza. Ai van los siñores.
Unas voces que llaman a gritos al criado, ponen punto final al diálogo.
(Eduardo J. Correa. Un viaje a Termápolis)...


El de Barbero, un Oficio que el Tiempo ha Transformado


—“¿Cómo desea que se le sirva:
De dedo, de hue­so o de infla?”

El “Caramelo” blanco, azul y rojo, tenía su significado./ Cortaban pelo, rasuraban, sacaban muelas y curaban lo mismo personas que animales./ “Cuéntase de alguna donde por cuartilla se sirve, se extrae la muela mala y se manda al cliente a dar una vuelta en burro”./  “Hubo una máquina automática para cortar pelo, pero no se ajustaba a las características de la cabeza de cada persona, y algunos quedaban pelones, otros salían sangrando”./ Por la firma del Tratado de Libre Comercio ya no se ofrece servicio de rasurada./ “Cada sábado era peluquería y baño, a chaleco, ahora ya no”./ “El hombre debe ser feo, fuerte y formal, pero bien arreglado”./En la calle Juárez había una cuadra de puras peluquerías/

POR MATIAS LOZANO DIAZ DE LEON

No hace mucho tiempo, “en  Termápolis los barberos no se dedica(ba)n única­mente a arrancar del rostro las floraciones capilares o a mondar poco o mucho las cúpulas craneanas, ya parezcan selvas vírgenes o bolas de billar, sino que la dragonea(ba)n de curanderos, de dentistas y hasta de albéitares, sólo que no anuncia(ba)n esta última habilidad por falta de clientela, pues donde la gente escasamen­te ocupa a los fígaros, raro ha de ser que acuda con perros o mininos a los veterinarios”.

El caramelo que todavía se coloca fuera de los locales para identificar las peluquerías (en algunos lugares se colgaban listones), tenía un significado, nos dice Jesús Márquez Valdez, peluquero de La Imperial. El color blanco indicaba que en ese establecimiento había quien sacara muelas; el rojo, que se ofrecía el servicio de sangrías mediante la aplicación de sanguijuelas en los pies;  y el azul, que correspondía al servicio de peluquería y barbería.

“Después, nomás quedó como peluquería, los dentistas ya son aparte, pero antes así se hacía en las peluquerías, el mismo peluquero hacía todo, y la gente sabía lo que podía recibir”, agrega.

En Un Viaje a Termápolis, Eduardo J. Correa dice en un artículo sobre las barberías, que “No necesita más que pasar frente a una peluquería para experimentar movimientos repulsivos y anegarse en oleadas de conmiseración por los melenudos que abundan en las calles y por los sucios que no se afeitan sino los domingos”, y los disculpa dada precisamente, la imagen que ofrecían esos establecimientos.

“Los anuncios de “se aplican sanguijuelas”, con el sin lustre, con el moho de la vejez, donde 'los anélidos de piel viscosa, que succionan por delante y por de­trás, toman sol moviéndose en agua turbia; de "se curan cáusticos" y de "se sacan muelas," son poco se­ductores.

“En Termápolis los barberos no se dedican única­mente a arrancar del rostro las floraciones capilares o a mondar poco o mucho las cúpulas craneanas, ya parezcan selvas vírgenes o bolas de billar, sino que la dragonean de curanderos, de dentistas y hasta de albéitares, sólo que no anuncian esta última habilidad por falta de clientela, pues donde la gente escasamen­te ocupa a los fígaros, raro ha de ser que acuda con perros o mininos a los veterinarios.
“El que va a que lo rejuvenezcan, pensando en cosas amables, no le agrada el contraste con las imágenes tétricas que se le brindan, ya oyendo hablar de levan­tamiento de apósitos y de grasas para la piel enrojeci­da, o de las hinchazones que reclaman las sangrías, o de los sofocos de los pacientes que se asfixian, ni me­nos mirar los carrillos inflamados de los que sufren de la dentadura y oír los lamentos desgarradores de muchos, cuando les extraen la pieza dañada, a cuerno limpio y sin pizca de sapiencia, pues para semejante labor los sacamuelas, que desconocen los narcóticos, no cuentan sino con la tenaza y la canilla”. Y “cuéntase de alguna donde por cuartilla se sirve, se extrae la muela mala y se manda al cliente a dar una vuelta en burro”.

También “cuéntase que en alguna barbería, el improvisado dentista recurre a procedimiento ingenioso. Sienta al adolorido en silla especial, en apariencia en servicio y en realidad coja, porque tiene suelta una de las patas, y en el momento que jala hacia arriba con la tenaza, con el pie tumba el soporte móvil, y el cliente, al caer, tira hacia abajo, y a la vez que, con tal movi­miento ayuda al que opera, con el susto se le mitiga el dolor de la extracción”.

Peluquero desde 1955; “Un día llegó un tipo a decirle a mi mamá que necesitaban un chícharo en una peluquería, y fui y me quedé. Mi trabajo era limpiar, barrer, trapear, bolear, sacudir al cliente luego de que lo pelaba el peluquero. Le preguntaban a uno que si quería enseñarse, se pusiera a mirar atrás del que estaba trabajando.



Yo tenía 13 años, horita tengo 68, y tengo cincuenta de peluquero. Me parece muy fácil ser peluquero, porque yo antes trabajaba en la obra y dolía mucho aquí –dice, señalando sus hombros-, con la carga del bote y ladrillos; dolía muy feo. Cuando salía de la escuela, me ponía a dibujar, y una vez vine aquí –al Instituto Cultural de Aguascalientes, que queda frente a la peluquería Imperial, en la calle El Codo-, con mi primo Gerardo, tenía muchos retablos del Señor de los Rayos, ahí dice “pintó Márquez”, pero ese era su segundo apellido, el de su mamá, porque no le gustaba el apellido de su papá, y se ponía Márquez; llego y le digo: “Oye, ¿no habrá aquí oportunidad de pintar? –“Sí, vente. Mira, ahí viene el maestro”, y me presentó y le dijo que yo quería pintar. –“Ah, está bien, qué bueno, qué bueno”. Y se va, y que lo alcanzo y le pregunto qué hago, y me dice: “Lo que quiera, lo que quiera”, y me salí, porque, para hacer “lo que quiera”, lo hago en mi casa.

“Me gustaba mucho pintar toreros (traía la vocación de cortar orejas), había unos álbum chiquitos y yo los pintaba en la libreta grande de dibujo, por eso se me hace fácil el corte de pelo, por el dibujo, porque parece que estoy dibujando. Mi hermano quiso enseñarse a la peluquería y no pudo, agarró la navaja, que eran asinota, y empezó a temblar; y le dije: -“No, hermano, no sirves para peluquero, vas a matar al cliente”.

-Y ¿a qué se dedicó?

-A fotógrafo.

-Menos riesgos para el cliente.

“Le tocaron aquellas prácticas antiguas de las peluquerías, que le metían el dedo a uno para rasurarlo.  Había un hueso que parecía de aguacate y que se lo metían a las personas en la boca, pero era para las personas que ya no tenían dientes y no se podían rasurar. Pero la mano no la metían. Pero sí se usaba, era una pieza como de mármol, en forma de huevo, que rellenaba el hueco de las muelas. A esas personas la barbilla se les junta con la nariz y cuando quieren que les rasuremos el bigote pues ¿cómo, si no se puede? No se ve, está el labio arrugado”.

“La decoración, con todo y ser mala, es lo de menos -escribió Eduardo J. Correa-. Lo peor está en la forma despreocupada con que los fígaros ejercen sus funciones. Nada se diga del piso con alfombra de polvo y mechas, correspondientes a distintas edades,  y entre las que seguro maromearán varios insectos. Basta  ver que sin la menor preocupación  se sirven de los mismos peines, cepillos, navajas, brochas y toallas, una de cada barbero, para todos los clientes; que nada reluce por la limpieza, y que los cosméticos que emplean con los que atusan o rasuran se reducen a polvo de haba, que puede ser almidón cernido; bandolina, que pega como lacre, y po­mada, que no es sino manteca rancia con algunas gotas de esencia barata.

“De esta despreocupación ha de haber nacido la leyenda que atribuyen a cierto peluquero de la ciu­dad, quien al presentarse algún desconocido lo inte­rroga: —¿Cómo desea que se le sirva? ¿De dedo, de hue­so o de infla? Sorprendido uno de tantos, demanda explicaciones, que así le son dadas: —De dedo, usted abre la boca y yo le meto el gor­do para restirar la piel y descañonar; de hueso, si, con igual fin, se aplica éste de mamey (de uso general, bien sobado y extraído de entre un pañuelo con ocho días de limpiar narices), y de infla, si prefiere aspirar el aire y cerrar la boca para que los carrillos se 1e hinchen. —Escojo el último)—responde resignado el cliente.

Entonces el afeitador coge la brocha, escupe en la teja de jabón y la restriega para emplear la jabonadura; pero el parroquiano deja el asiento y lo in­crepa: — ¡Maestro, no sea cochino! Mas el aludido, comprendiendo la causa del enojo, replica flemático:
— ¡Cuánta delicadeza, señor! Con usted lo hago así, porque es nuevo; con mis antiguos favorecedores, pri­mero les escupo a la cara y en seguida les unto el jabón”
-Horita pasó un señor que no tiene dientes –continúa el fígaro Jesús Márquez- y cuando le fuma al cigarro, le hace como Popeye el marino, se le pega., se le esconde de a tiro el bigote.

-Cuando alguien pide que lo rasuren y tiene ese problema, ¿qué hacen ustedes?
“Ahora, lo que es la peluquería normal, ortodoxa, ya no se rasura, por el SIDA. Cuando empezó el Tratado de Libre Comercio, vino gente de Salubridad, preguntó qué usábamos para rasurar y de inmediato declararon obsoleta la navaja. –“ Tienes que usar desechable”. Pero con la gilet en el portanavaja no podíamos rasurar, porque le quedan dos “gavilanes”, cada punta de la navaja dejaba dos rayas de sangre, y luego, con esas características de cueros, de la gente mayor, era imposible. Ya no hay carne, es pura piel, puro pellejo, flácido. Por eso, ya de rasurar, no. Puro corte de pelo”.

“Yo rasuro, pero son clientes muy antiguos, hay uno que viene desde hace 40 años, pero se batalla, porque tengo que levantar esto para cortar por debajo, sin meter el dedo, sacar el labio, pero de las comisuras, pero por dentro, no. Está cachetón el señor.
“Pero ya es raro que alguien venga a que se le rasure, lo hacen en su casa, los rastrillos de ahora son muy cómodos. Vino un cliente que tenía pelos hasta en la nariz, la frente se le juntaba con las cejas, las cejas con los pómulos, la barba con el pecho y tenía pelo de la frente hasta arriba de la nariz, ¡pero, pelos!, como los chavos que dicen que viven en Loreto, o hasta más peludo, porque, le puse la navaja y nomás patinó la hoja sobre la barba, le quité el puro jabón, pero de pelo, nada. Tuve que volver a afilar. Y con los rastrillos de ahora, nomás se mete la maquina primero, se quita el exceso de pelo y con los rastrillos de tres navajas, no queda nada.

“Antes, la navaja abarcaba todo el cachete, quedaba el gavilán atrás y adelante, y horita no, con la gilet quedan las dos esquinas adentro de la mejilla, y se lleva uno filetes de cachete”.

-Ir a con el barbero, era como un relax.

“Sí, algo así, porque cada sábado era peluquería y baño, a chaleco; ahora ya no, porque en aquel tiempo, aquí en Aguascalientes, me acuerdo que a mi mamá le llevaba el agua de la llave de la esquina, de unas piletas que había, y también había señores aguadores, que llevaban viajes de agua a la casa,. La de la llave era para el uso doméstico, para la cocina. Mi mamá la echaba en una piedra que era como filtro y tomábamos  de la que caía en el cántaro a través de esa piedra, y la de la de los aguadoras era de la pileta, buena pero para lavar, para otros usos, y cuando no había dinero para pagarles, había que acarrearla uno mismo… No era fácil bañase en aquellos tiempos”.

Ahora, ya las casas vienen completas. Todo es muy diferente”, dice, nostálgico Jesús Márquez, el de La Imperial.

“Eso sí –escribió Correa-, el servicio barato. Medio cuesta el más caro, ya se trate de atusar o de poner liso el rostro. En cambio las barberías ofrecen otro aspecto divertido. Son mentideros especiales. Allí se sabe todo. Son resúmenes de crónicas. Cada individuo que pasa por ellas dice lo que sabe, lo que ha visto, lo que le han contado, y con este acervo de noticias los barbe­ros, murmuradores que charlan hasta por los codos, adoban platillos picantes.


Soldados peluqueros
Allí se comenta lo político y lo religioso; lo que acaece en el gobierno y en el curato; los chismes de sociedad y las desavenencias conyugales; los pleitos entre  comadres y las  aventuras  eróticas;  el último crimen y la boda cercana; lo colectivo y lo individual…  Lo mismo se relatan las tacañerías de don Manuel Oviedo que las simplezas de don Manuel Belaunzarán; las timideces de don Antonio Salas que los escándalos del coronel García; las mordacidades de Tiburcio Camarena, que las caravanas del licenciado Antonio L. Moran; las cóleras del P. Crispín Villasana, que las agudezas del doctor Torres; las intrigas de los politi­castros que  los tiquis miquis  de los literatos, y lo mismo se bordan donaires con motivo de los pies chi­quitos del doctor Rodrigo Garibay, que con las des­mesuradas bases sustentadoras de Juan Arteaga, todo según el humor y la agudeza de los habladores.

Allí se refieren anécdotas o sucedidos, como los que, sirviéndoles de oportunidad, se achacan al P. Don Francisco Esparza y al profesor don Salvador Be­rrueco.

Cuéntase del primero que por franco, bromista y alegre tenía en el confesionario muchos penitentes, que en su busca iban por juzgarlo de "manga ancha" y porque daba sencillas penitencias; pero que de tal modo le creían, que llegó tiempo que no le dejaban libre hora alguna para tocar la guitarra o jugar aje­drez, sus dos distracciones, por lo que, valiéndose de un chusco, hizo que se echara a volar la especie de que, por cuestión de método y para simplificarse el tra­bajo, a la vez que en beneficio de los devotos, había resuelto confesar los domingos a los rijosos y homi­cidas; los lunes a lenonas, rufianes y prostitutas; los martes, a parranderos y adúlteros; los miércoles, a ladrones, usureros, estafadores y concusionarios; los jueves, a asesinos, blasfemos, prevaricadores y testi­gos falsos; los viernes a difamadores, embusteros, hipó­critas calumniadores y los sábados, a las beatas enreda­doras que se meten en lo que no les importa.

Con seme­jante anuncio, el avispero de pecadores que acudía al confesionario del P. Sacristán Mayor se alejó para no volver.

Respecto del segundo, refiérese que el licenciado don Luis G. López, quien, como su esposa doña Luisita Arteaga, es muy amable y le gusta sentar a su mesa a las personas de su amistad, invitaron en un día de fiesta a don Salvador, habiéndole servido un sabroso platillo de espinazo, que aquél paladeó con regocijo, mondándole al hueso toda la carne que lle­vaba, y que no era escasa. Pero le quedaba el tuétano, que estaba fuertemente adherido, de modo que por más que quiso succionarlo con aspiraciones, no llegó a conseguirlo.

Entonces, con disimulo, apeló a intro­ducir el dedo meñique para echarlo fuera, con lo que logró su objeto, sólo que con la malaventura de que después la batalla fue para librar del hueso al dedo. ¡Empeño inútil! Sudoroso, atribulado, Berrueco en va­no quería que algún falderillo viniera a sacarlo del apuro, y así, por debajo de la mesa, atrajo al perro, que al olfatear la presa empezó a ladrar de gusto, denun­ciando al infeliz maestro, al que los comensales vieron en la más cómica de las circunstancias: esforzándose, a la vez que el can tiraba por su lado, en librarse él del maldito hueso.

Los atusadores trabajan con las tijeras... cortan el pelo... y otras cosas... El público, sin tijeras, también corta, recorta y de­suella ...”

¿Ha disminuido la clientela?

“Sí –confirma Márquez-, aquí está solo, pero yo le echo la culpa a que hay unos lugares hasta con 20 sillones, donde por una cuota mensual le enseñan al que quiere, a  mochar nomás, son cortapelos, no es nada de peluquería.

Los estilistas, al menos se supone, estudian algo, y estos no, aquí está uno en López Mateos y otro en José María Chávez, y otro por Nieto, pero no tienen quién los dirija o los oriente.
“Yo aprendí estando un año nomás viendo a dos maestros peluqueros, no me dejaron trabajar  hasta que me enseñé a agarrar las máquinas de mano, y ahora, en tres meses ya salen, pero no tienen ninguna técnica, cuando cortar el pelo, tiene su ciencia.

Por ejemplo, un corte de pelo: lo abre usted por arriba, lo peina ahora sí que de libro abierto, levanta un lado, a 90 grados y así se va, en capas, que es un modo de ir agarrando el pelo y luego la otra, igual, pero el corte arriba va igual, parejo, a 90 grados, alrededor, como una herradura, luego junta esa herradura y al juntar el pelo arriba, le sale un piquito, como pirámide, que hay que quitarlo, y eso nadie lo sabe. Luego, abajo, se toma el pelo y se levanta 45 grados, después aquí, a 10 grados, cero grados, según, pero nadie sabe de eso, por eso, lógico, si hay corte hay peinado.

Es como un sastre, ¿a poco le puede dejar una manga más corta que otra? No, tiene que medirle, y esos de ahora lo hacen ahí nomás como salga, y lo aceptamos. Como es la moda, nomás se le echa poquito gel y ya está “peinado” y a la moda, pero con unos picos por todas partes”.

De qué edad es la gente que viene a la peluquería?

-Vienen jóvenes, pero aquí yo tengo clientes que traían a sus hijos, y sus hijos ya traen a sus hijos. Un día llegó un cliente y me traía a su bisnieto, quería que lo pelaran en un lugar donde a él lo habían pelado toda la vida, no quería que lo llevaran a la estética o con mujeres porque, si de por si está feíto el pobre niño, me lo dejan peor. Está bien que se parezca a mi, porque el hombre debe ser feo, fuerte y formal, pero bien arreglado, me decía”.

De la escasa clientela en La Imperial, que es de las peluquerías tradicionales, Jesús Márquez refiere que antes eran cuatro peluqueros y ahora está solo, pero dice que igual suerte corren muchas “estéticas”, pero porque no saben el oficio.

El de los émulos de Fígaro (personaje creado por Beumarchais en El Barbero de Sevilla y en El Casamiento de Fígaro –Fígaro es además prototipo de criado intrigante, hábil e ingenioso- es de los pocos gremios que no cuentan con una asociación en Aguascalientes.

“Había un sindicato de peluqueros y una mutualista de peluqueros; el sindicato era de peluqueros y ayudantes, y la mutualista era de puros dueños de peluquería, fueran peluqueros o no. Pero a la muerte de Manuel Velasco, se acabó la mutualista y luego quitaron el sindicato. Manuel Velasco era el dueño de la peluquería Princess, se distinguía porque era el que arreglaba a los señores del gobierno, estaba a un lado de la foto Luna, y su esposa tenía lo que era originalmente un salón de belleza, no que ahora lo ponen todo junto, con un peluquero de modales finos y ya es estética. Y no, en aquel tiempo estaba bien definido.

“Lo curioso de eso es que el sindicato les decía que podía estar el peluquero trabajando hasta las 8 de la noche, diario, el domingo no, y el salón de belleza podía trabajar hasta las 2 de la tarde del domingo o de los días de fiesta, porque era víspera de novias, de quinceañeras. De eso se agarraron estos muchachos de modales finos, para hacer una estética que, al ser unisex, pueden trabajan sin violar las leyes.

“Ya no hay orden –recalca el entrevistado-; me acuerdo que cuando había sindicato, llegaba un inspector, Francisco, que era del mismo gremio, peluquero, y vigilaba que cerráramos a la hora, las 8 de la noche. por eso todo estaba en control. Ahora no, abren y cierran a la hora que les place”.
¿Hay quienes se interesen por aprender?

“¿Que si hay chícharos? No. Aquí lo quitaron, porque se le ocurrió al dueño poner el piso de parket, que no sirve aquí, se ve muy bonito, pero no es práctico, y no quería que el chícharo, con la grasa de bolear lo manchara, y quitó al ayudante, y acabó con la nueva generación.

El dueño de La Imperial fue don Arturo Torres Montalvo, sobrino de don Jesús Montalvo, quien toda su vida se desempeñó como administrador del Hotel Imperial.

Dice don Jesús Márquez Valdez que no tiene idea de cuántas peluquerías quedan en la ciudad, pero recuerda que años atrás, una cuadra de la calle Juárez era de puras barberías, y sólo queda una, donde el peluquero era Evaristo Velasco.

Don Arturo Torres Montalvo tuvo algunos problemas laborales que los llevaron a Conciliación y Arbitraje, y prefirió acabar con el negocio, se decepcionó y vendió la peluquería a Roberto Hernández Campos, que no es peluquero pero mantiene en operación el local, con sólo un peluquero, que es nuestro entrevistado.

“Antes, a las horas de abrir, es decir, en la mañana, al mediodía y en la noche había siempre por lo menos 20 clientes en espera. Pelábamos cuatro por hora; siendo cuatro sillones, salían 16 por hora”.

Ahora, él solo, don Jesús pela, en el mejor de los casos, 15 o 20 clientes. Un sábado “peló” cien, y en otra ocasión pelaron 200 entre cuatro peluqueros; a él le tocaron 60.

“Un sábado no hubo más que cuatro clientes; otras veces 48, 35, 40, 60”, refiere, y recuerda que alguna vez alguien inventó una máquina automática para cortar pelo, pero obviamente, “no se ajustaba a las características de la cabeza de todas las personas, y algunos quedaban pelones, otros salían sangrando”.

La peluquería Imperial fue originalmente “La Mundial”, y empezó donde está la Farmacia Guadalajara, casi en la esquina de la calle Juárez y la Avenida Madero; luego se cambió enfrente, donde están una tienda de vestidos de novia, y luego a los bajos del Hotel Imperial, cuyo nombre adoptó. Cuenta con cuatro sillones, dos Koken porcelana y dos Theo –A- Kochs, que se compraron antes de la Segunda Guerra Mundial. ¡Y siguen dando batalla!
(Esta entrevista se realizó en 2007 y se publicó originalmente en El Sol del Centro)



Según estadísticas del INEGI: En México, la población ocupada como peluquero, estilista o en una ocupación similar, asciende a poco más de 316 mil personas.
Es un oficio predominantemente femenino, pues 85 de cada 100 son mujeres.
Estos trabajadores representan 0.6% del total de ocupados.
Siete entidades (Ciudad de México, Estado de México, Guanajuato, Jalisco, Michoacán de Ocampo, Puebla y  Veracruz de Ignacio de la Llave), concentran la mitad de estos ocupados en el país.
Su edad promedio es de 35.9 años.
Cuentan con 10.2 años de escolaridad en promedio (equivalente al primer año aprobado de preparatoria, bachillerato o de carrera técnica con antecedente de secundaria).
Ganan en promedio 32.8 pesos por hora trabajada.
De cada 100, solo cuatro cuentan con la prestación de servicio médico, proporción que aumenta a 13 en el caso de los subordinados y remunerados.
De cada 100 de estos ocupados que son subordinados y remunerados, nueve cuentan con un contrato escrito.


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