Mensaje del
Diputado Jorge Varona Rodríguez
Julio 31 de 2016.
Dentro de pocos meses concluirá la responsabilidad constitucional de esta LXII Legislatura. Hoy, al finalizar el último periodo ordinario de sesiones, es oportunidad de un balance y de reflexiones.
Legislar es punto de partida para que ocurran las grandes trasformaciones. Modificar nuestro marco legal, es una forma certera de impulsar el cambio social y convertir la realidad que vivimos en la que queremos. La democracia, el bienestar colectivo y el desarrollo económico, se han edificado, y se construyen, al evolucionar nuestras normas comunes. Las comunidades y las familias encuentran las condiciones propicias para avanzar hacia un mejor porvenir, justamente, en una sociedad con buenas leyes.
En un tiempo de cuestionamientos e incertidumbres en la esfera pública, la tarea parlamentaria nos da la oportunidad de mejorar la vida comunitaria de Aguascalientes, perfeccionando nuestras leyes, haciendo que nuestro trabajo cotidiano sea un escalón que nos conduzca a una mejor convivencia, acercándonos a los anhelos de justicia social, desarrollo integral y bienestar colectivo.
Legislar es pactar. Así, para que la tarea del Poder Legislativo se traduzca en avances concretos y una oportuna adecuación normativa que beneficie a la sociedad, es fundamental construir consensos. Detrás de cada iniciativa presentada y cada asunto resuelto, existe un proceso de estudio y análisis. En cada sesión de trabajo parlamentario, hay una dinámica de diálogo, deliberación e implementación de mecanismos de convergencia entre las fuerzas partidistas representadas en el Congreso. Así, a cada cifra le corresponde un tiempo determinado de trabajo, investigación, debate y acuerdo, que permiten la construcción de mayorías con la inclusión de las minorías.
Esta convicción ha tutelado nuestro quehacer, por ello celebro y patentizo la disposición de los grupos parlamentarios de Acción Nacional, Nueva Alianza, Revolución Democrática, Movimiento Ciudadano, Partido del Trabajo y, desde luego, del Revolucionario Institucional-Verde Ecologista, de sus coordinadores y de todos y cada uno de los legisladores.
Debe comprenderse que el trabajo del Congreso del Estado es de carácter colegiado. No es, no puede ser producto de un legislador o de un grupo parlamentario. Los 27 integrantes de la legislatura somos corresponsables de lo que hayamos hecho y de lo que hemos dejado de hacer. Lo realizado es mérito de todos y las omisiones son deficiencias de todos.
Así, por encima de diferencias ideológicas de forma y de fondo, los integrantes del Congreso estatal hemos actuado, a lo largo de estos tres años, con la conciencia de que la labor parlamentaria debe responder al cambio social que se nutre tanto de las transformaciones culturales como de los avances económicos. Acreditamos voluntad personal e institucional a fin de contribuir positivamente a la gobernabilidad del estado, ya que optamos por la estabilidad política, la viabilidad económica y la paz social de la entidad.
Desde noviembre de 2013, hemos atendido la armonización legislativa a que han obligado las reformas constitucionales de la República y las leyes generales. Incluso en cuestiones tan controvertidas como la reforma energética y diversas disposiciones que tienden a nuevas formas de centralismo tales como la reforma electoral o la educativa. Al margen de algunas reservas formales y sustantivas decidimos ponerlas a la prueba de la historia, la cual nos juzgará.
Como servidores públicos, actuamos como ciudadanos que trabajan para otros ciudadanos. Al atender las demandas sociales y adecuar instrumentos legales para procurar el desarrollo comunitario, nos convertimos en un eslabón fuerte de la democracia mexicana. De esta forma, con las limitaciones de tiempo y oportunidad, trabajamos en lo que hace falta al estado y al país. Ya que nos ocupa México, hemos contribuido a transformar a Aguascalientes.
Hubo que imprimir, y lo hicimos, visión de largo plazo al esfuerzo parlamentario plural, el cual se circunscribe en el marco más amplio de la democracia política y la democracia social. Desde luego, subsisten inercias que se reflejan en una percepción equívoca del quehacer legislativo. Se habla de rezago cuando, en rigor, es una agenda dinámica y por ello inacabada. Con estudio, reflexión y pertinencia, se dictaminan numerosas iniciativas y, al mismo tiempo, se presentan más propuestas de reformas o de nuevas leyes. Todo ello es positivo porque revela en hechos la voluntad para adecuar el marco jurídico a la dialéctica social.
Insisto que no es cuestión aritmética, sino de valor cualitativo, pero para quienes gustan de la estadística he aquí algunos datos precisos:
Destacan:
Seguro estoy ello no es motivo para reconocimientos especiales. Sencillamente nos hemos esforzado para cumplir nuestro deber.
La aspiración y el afán compartidos por los grupos parlamentarios han sido las de una Legislatura que escucha, reflexiona, comprende y actúa. No sólo somos una Asamblea que habla. En las calles, en los lugares de trabajo, en los espacios educativos, en las redes sociales, los ciudadanos nos dejan ver rechazo a la simulación. Nos exigen más eficacia y congruencia al abanderar las causas de la gente, a fin de resolver y, en lo posible, evitar los conflictos sociales y la violencia criminal.
El Congreso cumple una esencial tarea instrumental de la democracia. Partimos del principio por el cual se legisla con argumentos razonables y racionales que sean entendidos por todos, aunque no necesariamente se compartan por todos.
Privilegiamos el entendimiento mediante el diálogo, el intercambio mayéutico de logos y argumentos que perfecciona tesis y razonamientos, única vía posible que facilita la comprensión de las ideas y los planteamientos de unos y otros. Así forjamos acuerdos en numerosos temas, si bien en muchos otros no fue posible el consenso. Y siempre se respetó la divergencia.
El filósofo del Derecho Massimo La Torre, lo explica así: “La verdad en política es el resultado, primero, de la confusión y del desacuerdo; después de la discusión, y en última instancia del acuerdo. Acuerdo siempre criticable y siempre revisable”.
Concientes de ello, no permitimos que la diatriba y el denuesto enturbiaran nuestra responsabilidad; no caímos en la tentación de imponer mayoría por encima de razones y causas. Impedimos que cundiera la intransigencia que pudiera ser pretexto de intercambios, porque así toda convicción pierde valor ético, se achica y se frivoliza.
Tampoco toleramos la simulación, en la cual nadie cree en lo que se dice ni en lo que se hace, ni puede tomarse en serio porque esconde lo que pretende y a lo que aspira. De otro modo, no hubiera fructificado el diálogo y nos hubiésemos sumergido en un concierto desafinado de multitud de monólogos en los cuales no importa lo que se piensa, ni lo que se quiere ni lo que se espera. La Torre añade: “En nuestras recíprocas relaciones nos presuponemos todos justos o capaces de justicia… la reciprocidad basada únicamente en el provecho personal ni puede producir solidaridad, ni puede conducirnos a la optimización del interés mutuo”. De ahí que propiciamos que florecieran el orden y el respeto.
Señoras y señores:
La función parlamentaria es asunto público de primer orden, sin embargo es poco comprendida y tiende a trivializarse. Es un quehacer eminentemente político por contenido, forma y propósitos. Político en su exacta acepción: la justicia y el bienestar de la colectividad. De esta manera, contribuye a dar forma, en la ley, a la voluntad ciudadana para dilucidar rumbo y futuro. Influye crucialmente en los programas y opciones de la gestión pública y el desarrollo de la entidad y de los municipios.
Por tanto, no es tema de más leyes sino de mejores leyes, cuya sabiduría radique en el bien mayor para la existencia de la comunidad.
Ante los agravios y las descalificaciones, de fuera y dentro, frecuentemente sin fundamento, se pierde de vista el valor de las propuestas para incidir en la realidad que vive Aguascalientes y los retos que implica para consolidar, corregir, cambiar y avanzar. Ello tal vez puede explicar que el ciudadano se encuentra confundido o indiferente ante la idea de que los actos legislativos en nada o muy poco influyen en mejorar su situación personal o familiar. Creencia azuzada por intereses que pretenden asumirse como los de la sociedad pero responden a grupos minoritarios.
De ahí la urgencia de robustecer el diálogo sensato y serio entre los congresistas, los ciudadanos, los sectores sociales y los medios informativos, para abordar todo aquello que sea esencial y benéfico para nuestra entidad, para la economía y el desarrollo social, así como para el bienestar de las familias y de todos los sectores de la población. Sólo así podemos generar confianza.
Hemos de partir de una realidad insoslayable: a excepción de la pobreza, que muestra una visible mayoría cualitativa y cuantitativamente, en los demás aspectos de la sociedad, la economía, la política y la cultura, no existe una mayoría sino una suma de minorías, ninguna de las cuales tiene el derecho de atreverse a imponer a las demás sus particulares intereses ni su visión del mundo. Sin embargo, todas proponen lícitas exigencias de un espacio jurídico y cultural para realizar su vida conforme a sus propios objetivos y su propia moral, tan justa y válida como la de cualesquier otro.
El pueblo aguascalentense está consciente, y es nuestra convicción, que la razón de la política no es el beneficio personal ni de grupos, sino el servicio a la comunidad. Es el poder para poder servir. Los individuos se marchan, pero las instituciones permanecen. La activa y constante participación ciudadana es imprescindible para alcanzar la democracia plena y consolidar un buen gobierno que, en su desempeño, fortalezca la legitimidad democrática, enriquezca nuestro entorno cultural y la convivencia comunitaria, en la cual todos tengamos iguales oportunidades para participar, para decir nuestra propia verdad, para asumir responsabilidades y compartir equitativamente los frutos del progreso porque de otro modo no hay ni desarrollo ni paz social ni democracia.
Ciudadanos:
Es vital encontrar nuevas fórmulas para perfeccionar la implementación de la democracia. Es tarea, en especial, de gobernantes, representantes populares, actores políticos y líderes de opinión ya sea de la sociedad civil, de la academia y de los medios de información, pero especialmente a los ciudadanos de a pie toca accionar con sus voces, sus exigencias y su voluntad en el sufragio, ya que son el núcleo y la médula de la democracia misma. Este es compromiso de todos en ambos sentidos: de ida y vuelta. Esta es la misión a la cual nos corresponde por igual dedicar nuestros afanes. Servando Teresa de Mier, hace doscientos años expresó una reflexión que continúa siendo vigente: “la mayor condecoración del hombre, es la de ser un ciudadano virtuoso”.
Los desafíos del presente y del mañana nos convocan a no permanecer pasivos. La democracia no garantiza por sí sola su sobrevivencia. Requiere de métodos didácticos y espacios amplios para robustecer la densidad y la virtud ciudadana. Es momento de fortalecer nuestra vida pública desde sus cimientos. Seamos audaces, abiertos y eficaces. Con responsabilidades públicas o sin ellas, todos tenemos el deber de hacer valer la civilidad política, en la inteligencia de que la ley es el mínimo ético de la sociedad, razón por la cual nos convence respetarla, y no por la amenaza de la coerción.
En nuestro tiempo, la unidad de la nación, del estado y las comunidades, se finca en admitir nuestra diversidad humana y social, así como la pluralidad en el pensamiento y en el modo de vida; reconocernos iguales por el sólo hecho de ser humanos, en la inteligencia de que cada uno es distinto y especial, es libre y posee su propia dignidad.
La pluralidad de la sociedad se manifiesta en un gran espectro de opiniones y posturas en los temas y asuntos que se ventilan en el ambiente público. Se devela así una amplia gama de individuos, estratos y sectores que afirman meridianamente la prioridad de cada uno, al margen de ideologías.
La ciudadanía democrática tiene como principal atributo la plena libertad del individuo, por ello, no se basa en una moral absoluta “y no está vinculada a ninguna moral sustancial”, sólo reconoce la ética social del interés general de la comunidad contenida en la Ley. Tampoco está aferrada “a una determinada concepción de la buena vida y mucho menos a una concepción general del universo”. Por consecuencia, privilegiar la tolerancia y el respeto, son preceptos por los cuales “la política en ninguna parte es más relevante e importante que la experiencia civil de la democracia” (M. La Torre).
Para avanzar en la democracia no ha lugar a reñir con la Historia ni a estancarse en el pasado. Desde el siglo 19 quedó resuelta la cuestión de las creencias religiosas y la libertad de conciencia. En el siglo 20 el debate fue sobre la justicia social, nuestra respuesta ante la dictadura del capitalismo salvaje y ante la dictadura burocrática del socialismo real. Hoy por hoy toca vivir y asumir a plenitud los paradigmas del siglo 21. Es imperativo seguir avanzando en las transformaciones que corresponden al espíritu y a la vida de nuestra época, cuyo tema es el de los derechos humanos, sociales, económicos y culturales, íntimamente ligados a las libertades laicas.
Es esta, precisamente, la fuerza que emerge del ciudadano independiente y de la nueva conformación de los espacios y conductas que diferencian pero no confrontan. Se confirma que ya pasó el tiempo de las unanimidades y las mayorías absolutas. Es momento del ciudadano.
En nuestra amplia heterogeneidad, hemos de reconocer las razones por las cuales construir una solidaria unidad que no sea ideología que opaque la comprensión de la realidad, sino una filosofía humanista desarrollada por “la individualidad moral del hombre medio” (Gramsci), el hombre sencillo y discreto cuya moral es congruente con su experiencia cotidiana, con sus condiciones vivas de existencia, con su realidad objetiva biológica, psicológica, sociológica y cultural, cuya práctica es “lucha perpetua en forma polémica” (Gramsci), la lucha del día a día por vivir y no pocas veces para sobrevivir. Por ello esa moral del hombre medio responde, sencillamente, sin más, a su naturaleza humana histórica, al horizonte de su tiempo y a su perspectiva de vida, al margen y por encima de las creaciones de intelectuales.
Por ello la moral del hombre medio no excluye a nadie ni a nadie impone su percepción y su sentido de la existencia humana, pero sí incluye a todos sin excepción a fin de que cada cual tenga un respetable ámbito social, legal y cultural para realizar su propia vida. En esencia, se trata de los derechos humanos en cuyo corazón laten la libertad y el derecho a amar.
Son cuestiones, entonces, de igualdad y de justicia, esencia y fundamentos de la democracia que debemos perfeccionar.
A los ciudadanos todos reiteramos nuestra convicción, durante los meses que restan de ejercicio constitucional a esta LXII Legislatura, de seguir trabajando en la consolidación del proyecto que verdaderamente importa al pueblo de Aguascalientes: la paz social, la gobernabilidad democrática, el desarrollo social con justicia y equidad.
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