Tercera parte. Cumpleaños feliz; en verdad que te cambia el mundo, de repente ya todo mundo te aprecia y te recuerda que es tu fecha de cumpleaños, todo mundo esboza su mejor sonrisa, llegas a creértela y motiva tu encanto oculto, máxime cuando sobre tu escritorio encuentras una inmensa variedad de obsequios que de momento no sabes ni para qué sirven.
Atrás han quedado todos esos años de ignominia, de indiferencia hacia tu persona, ahora eres tú el protagonista de esta historia llamada "poder", una palabra cuyo significado contiene en el devenir del tiempo, no sólo sinsabores sino además te llena de sentimientos encontrados. De esos tal vez hable más adelante.
Prosigo con mi relato cumpleañero, prometo ya no ser tan explícito ni indiscreto en mis comentarios ("para qué escribes, entonces" –dirán ustedes-), tampoco quiero que me distingan como experto, aunque lo sea, la modestia siempre debe guardar su lugar y espacio en mi persona, aun cuando me mantenga siempre en el anonimato. Pues bien, resulta innegable la emoción de sentir que todo lo que yo diga, haga o sugiera está bien, es correcto y no admite discusión, para eso formo parte sustancial de los caballeros de la mesa cuadrada, uno de los tantos en quienes recae la responsabilidad, por no decir "complicidad" de Don señor.
Así las cosas, acostumbrado uno a la cebada (líquida), ya eran tiempos de aparentar conocimiento respecto de otras bebidas, claro, no tan elevados como cierto bigotón con barba de candado y bonachón aficionado a la bohemia que llegó incluso a conquistar amores prohibidos, por cierto, de él ya no supimos si era de un lado o de otro (de veras, nunca lo supe), y no precisamente por su afición al béisbol o al deporte de caballeros (golf). Es así como decidí que la fiesta era para todos, que ahí no había consentidas mucho menos consentidos, partiríamos discretamente en los vehículos estacionados en cierta esquina conocida cerca de la plaza principal en la localidad que sugiere este cuento o narrativa de hechos, insisto, producto de la imaginación a medias, de la creatividad o de la verdad disfrazada a través de una mente, eso sí, muy creativa.
Ya instalados en esas grandes mesas como para veinte o treinta personas, procurábamos que a nadie le faltase la mínima atención, que fueran los primeros en ser partícipes de la celebración, comenzaban los brindis por el mejor de los jefes, el más buena onda, el que sí es pueblo. Ya en corto muchos relatos que daban fiel testimonio de muchas buenas acciones por parte del varón de la política, hablaban de mi, creo; no podría ser, quisiera creer, por el efecto de las bebidas que, aunque de buena marca no eran del uso acostumbrado de la mayoría de quienes ahí estábamos.
Hablamos que de un viernes a las 4 de la tarde, llegar a casa tras el mejor de los convivios, en punto de las 02:00 horas del día siguiente, era un triunfo; finamente se había cumplido el objetivo: quedar bien para que cualquier intento de agresión o descrédito quedara descartado ante la opinión de los demás.
Cuando escribo esto pareciera que estoy narrando las vivencias del Arturo "El Negro" Durazo, jefe policiaco de la época de José López Portillo, obviamente sin tantos excesos, pero eso es según el cristal con el que se mire, de cualquier forma la idea es que conozca el lector parte de la vida de un torero aficionado, digamos un espontaneo que no por chiripa sino porque así debía ser, se coloco en lugar envidiable ante la opinión de los demás. ¡A poco se estaban imaginando que se trataba de un diputado?
La verdad es que poco podía uno disfrutar de esas tertulias, parecía un confesionario, ya sea por tener que aguantar borrachos, algunos coqueteos, y hasta los hilos negros de la conducción política de un país en grave decadencia. ¡Hasta al más callado le salía lo orador. Sumen las peticiones que se nos hacían a cambio de privilegios, prebendas y todas aquellas cosas de las que siempre han existido quejas, y nadie libra la fina tentación.
Aquí es donde cobra sentido el fin de esta historia, ¿Cómo aprender a vivir sin el poder? Pareciera cosa fácil, pero no lo es ¡no, por supuesto que no!. Lo único cierto es que comienzas a darte cuenta de algo muy importante, no eres tú el que cambia porque sí, es la gente la que te orilla a cambiar tejiendo como araña finas redes que se entrelazan a tu alrededor, pareciera que cada uno de los actores de esa película ejecuta muy bien su papel y se van acomodando los capítulos según las decisiones de su director, que vienes siendo tú y que obedecen más a caprichos que a necesidad de la trama.
De pronto te das cuenta de que todo esto es parte de un sueño, y ese sueño comienza a extinguirse más pronto de lo que tú has pensado, debes actuar de manera rápida, eficaz y muy consciente de que es una oportunidad de vida la que tienes en tus manos, que lo que hagas puede marcar tu destino para bien o para mal.
Buscas en tu pasado más inmediato a los verdaderos amigos, los que compartían contigo el bolillo con crema y les dejabas gustoso el chile para que llenaran a gusto y entera satisfacción, quien no hubiera probado ese manjar como bien lo diría un joven talento de la política en México, es que no ha hecho jamás una campaña. Pues bien, esos amigos que te recuerdan los ideales por los que se buscaban los espacios para cambiar la suerte de nuestro país, los mismos que usando los mismos pantalones y zapatos de siempre, estaban más preocupados que tú por no haber dormido, por no descansar.
Comienzas a buscar también en tu familia, en los amigos que lograste hacer dentro del ámbito del periodismo, hay quien se atreve a decir que ahí no haces amigos, yo pienso que debe ser cierto, sólo que yo tuve suerte de haberlo logrado. En fin, son ellos los que poniéndose el traje de controlador aéreo te avisan que es tiempo de ir buscando la pista de aterrizaje; el vuelo, como prueba fue bueno, pero no existe todavía aparato alguno que pueda mantenerse en el aire tanto tiempo sin el auxilio de ciertos factores que por lo regular, atienden a la voluntad de quien o quienes ejercen mayor poder.
No es que no quiera seguir escribiendo, pero la verdad, como que en ocasiones no está uno de muy buen humor, y yo sé que ustedes no tienen la culpa, la culpa la tienen los que no se bañan o mejor dicho, los que se van a la playa sin avisar y los dejan a uno acá de medio encargado de un changarro del cual uno todavía no sabe ni los precios, ja, ja, ja, ja, ja, ja.
No hagan caso de lo anterior, creo que es el efecto de la noche, media noche por cierto.
Hasta pronto, y ya lo saben, échenme porras y sigo escribiendo, les aseguro que mis neuronas dan para más….
Nota del Editor: O sea que: ¿Depende de nosotros? Pesada responsabilidad nos endilga el anónimo este, pero habrá que echarle porras, pues de otra manera nunca sabremos si fue torero, si político, aviador o un indiscreto.
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